La gallina ciega

Mi idea era que la gallina ciega es España … por haber empollado huevos de otra especie.

He venido, no he vuelto. Cuando Max Aub aterriza en El Prat han pasado treinta años desde su exilio ante la inminente derrota de la República, en la que ejerció cargos políticos siempre ligados al mundo cultural. Entre otros, gestionar la compra del ‘Guernica’ para la Exposición del 37. Acabará en México, y allí escribirá el grueso de su obra literaria. Cuando regresa en 1969 es un señor mayor, con sus achaques y su memoria. Pese a la promesa de no volver hasta la democracia, la documentación para un libro sobre Buñuel le ofrece la excusa del viaje y el reencuentro con los escenarios y las personas que han quedado. ‘La gallina ciega’ es el diario de ese viaje, tres meses pasados entre Barcelona, Valencia y Madrid, las tres ciudades españolas de Max Aub. Visitará hemerotecas y se entrevista con la familia Buñuel, pero sobretodo el retorno le sirve para el reencuentro con viejas y nuevas amistades e intentar hacerse un hueco en el sistema literario español. Era un autor vetado como contrario al régimen, pero empezaban a sonar los cantos de sirena del aperturismo.

La primera de sus muchas frustraciones empieza por ahí, por comprobar cuál es su estatus en ese sistema literario. Aub viene a tomar posesión de su plaza, que ha cultivado generosamente antes y después de la guerra. Antes, como parte de la generación del 27, no de la más conocida pero si de la reconocible. Después, en Mexico, escribiendo la mayoría de sus novelas, tanto las costumbristas (‘La calle de Valverde’, ‘Las buenas intenciones’) como todo el ciclo histórico-biográfico de ‘El laberinto mágico’. Pero llega aquí y se encuentra que le han leído cuatro, los de siempre, y la decepción es enorme. No ha trascendido. Le llevan a conferencias, charlas y encuentros y su nombre deja frio a los jóvenes. Piensa que lo ven como a una reliquia del pasado. Todos le preguntan sobre el país, esperan un discurso encendido contra el régimen, pero nadie le pide por sus novelas. No ha vuelto a hacer la revolución, sino a recoger lo que ha sembrado todos estos años. Pero nada. Sigue siendo lo que era antes, un intelectual liberal, un ejemplo de lo que podía haber sido el proyecto de país europeo y democrático que tenían los que creían en Azaña. No solo es la decepción histórica. Aub, como todos los de su nivel, cree que merece algo mejor. Cuando repite ese ‘He venido, no he vuelto’, para dejar claro que su regreso tiene caducidad, le añade las condiciones del cambio de idea: que le den el Real para montar lo que le dé la gana. O al menos, que publiquen y reediten todas sus novelas en España. Lo primero es un sueño, claro. En lo segundo esta Carmen Balcells, siempre atenta al talento, pero no será fácil. Aub es un señor de casi setenta años que escribe sobre el pasado, complicado de vender. Él mismo se pone como excusa que ‘Las novelas sobre la guerra no interesan’, aunque no hay país que haya consumido más literatura sobre su propia guerra civil.

No todo es frustración. El reencuentro con los amigos y la gastronomía es lo que más agradece. En Barcelona, Balcells, Masoliver y otros le llevan de restaurante en restaurante, a comer el ‘pà amb tomàquet’ que pide invariablemente. Aub había vivido en Barcelona y hablaba catalán, entre otros muchos idiomas.

Y esta Barcelona, fabril y trabajadora, culta a la francesa, pero ante todo catalana … donde sin querer en muy pocos años aprendí a hablar el catalán que nunca hablé en Valencia … esa Barcelona que encuentro hablando en español, como si tal cosa y si, por ser agradable, empleo el catalán, en tres minutos volvemos a caer, no por mí, por ellos, en el castellano

Como si tal cosa. Quizás un pequeño detalle llamado franquismo le hubiera aclarado el porqué de esa mágica mutación lingüística. La ingenuidad de Aub es tremenda, y muy significativa de una cierta izquierda abierta de mente pero que piensa que la represión sólo va con la censura de sus novelas y que no caen en pensar que la derrota del 39 también supone el exilio interior de toda cultura que no sea la española, resumida perfectamente en el slogan franquista de postguerra: si eres español, habla español.

La derrota del catalán no es su derrota. Como tampoco la derrota revolucionaria, que a Aub le pilla ya muy lejos. Militante del PSOE de Besteiro, Prieto o Largo Caballero, Aub llega con el mayo francés aun caliente y con las vanguardias pendientes de su evolución, para encontrar una sociedad que por fin ha alcanzado lo que después se llamara el desarrollismo y que no es otra cosa que niveles dignos de empleo y bienes de consumo. Le preguntan cómo ve el país cada cinco minutos, y esperan que conteste lo que diría Carrillo;  al borde del hundimiento. Pero no. Desde México, Aub constata que la gente ya no está para revoluciones: ‘Pero no queréis comprender que se ha perdido porque, en parte, se ha realizado todo lo que queríais: la gente vive mejor, pero sobretodo, ve el camino para llegar a ello sin pasar por el sueño de la revolución’. De estas aguas llegaran aquellos desencantos.

La prosa de Aub es impecable, erudita, floreciente. Su tono es de desengaño, agotado, a veces resentido con gente que no deja de ser muestras de su tiempo, sin más culpa. Aub, como a toda la intelectualidad del exilio, le revienta que los mediocres hayan hecho carrera a la sombra del régimen y los buenos simplemente sobrevivan. Y tienen razón, pero al menos él ha podido vivir para contarlo y comer pà amb tomàquet. Siempre queda la literatura, y lo mejor de ‘La gallina ciega’, además de su prosa, es la aparición y opinión de buena parte de la literatura de antes, de entonces y de lo que está por venir: Jaime Gil de Biedma (¡Qué esplendido muchacho!), Ana María Matute (En casa de Ana María, todo es acogedor y tierno. Como ella.), Baltasar Porcel (No parece nada tonto, este barbichuelero), Félix de Azua (Algo sectario, pero corresponde a la edad), Gloria Fuertes (Este León Felipe con faldas, que me quiere más que León, a veces tan buen poeta como León), Luis Cernuda (Ese frio, distante, elegante, antipático, prodigioso poeta) Vicente Aleixandre (Es el poeta español contemporáneo que menos ha variado: siempre fue bueno), Juan Benet (Muy leído ya a primera vista y evidente sabedor de cosas que uno no sabe. Inteligente sin remedio).

Max Aub, La gallina ciega, Madrid, 1995, Alba