‘Vida privada’ es obligada selección a la hora, siempre un poco ridícula, de elegir la marca de whisky, la marca de ser humano y las novelas que uno se llevaría a una isla desierta’ Manuel Vázquez Montalbán.
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Es poco común que en literatura un grupo de escritores, generacional pero heterogéneo, se reconozca colectivamente en una novela. Ahora está pasando con ‘El día del Watusi’ de Casavella, y décadas atrás pasó con ‘Vida privada’ de Sagarra. Esta ya fue una referencia para el propio Casavella, así que de una forma u otra, el círculo se acaba cerrando. Tan distintos y tan iguales.
Sagarra escribe y publica ‘Vida privada’ en catalán en 1932. La novela es un éxito de ventas modesto pero sólido para los números de la época. Es, además, un escándalo mayúsculo por las identificaciones de los personajes de la obra con sus modelos reales. Ha acabado siendo con el tiempo una de las novelas clave de la literatura catalana.
Cuando Sagarra publica ‘Vida privada’ ya es un autor y un personaje muy famoso en la Barcelona de entreguerras. Poeta premiado, dramaturgo de éxito y periodista muy leído. Todo ello desembocara en la novela. Es, también, un bon vivant. Nocturno, pudiente, relacionado con la elite barcelonesa, vive tan inmerso en el fluido sanguíneo de la ciudad, sus lujos y miserias, que dispone de un material de primera mano perfecto para escribirla.
‘Vida privada’ es su tercera (y última) novela. La preceden una juvenil ‘Paulina Buixareu’ y una no tan conseguida ‘All i salobre’. Es en la tercera donde condensa todo lo que estaba buscando. La brillantez lírica, la tensión dramática, la crónica barcelonesa, todo cohesionado con una acidez y una mala leche que la convierten en un clásico atemporal. Sagarra era consciente que la novela iba a despertar odios vitalicios y retiradas de saludo, como así fue. No se autocensuró pensando en ello y así aún se puede leer hoy en día y disfrutarla, pensando en los LLoberola contemporáneos.
El argumento es sencillo. Está dividida en dos partes, y la primera gira, como dice Marcos Ordóñez, en círculos concéntricos alrededor de una deuda de juego del primogénito LLoberola, Federico. Este y el resto de su familia son una familia de deshechos aristócratas barceloneses a punto de ser borrados por la Historia. A partir de aquí, Sagarra retrata ese estrato social, la Barcelona bien de la época, verdurinamente, pero con el sarcasmo de la certeza de su decadencia. La segunda parte, más elegíaca y menos dramática, es un epílogo dilatado de los personajes de la primera que cierra el ciclo histórico.
Pasado el escandalo inicial, la novela se olvidó, y tras la guerra y la derrota, el autor, como toda la literatura catalana, desapareció. A finales de los cuarenta tuvo un resurgimiento en los círculos madrileños, que completó con su otra gran obra en prosa, las ‘Memorias’. Poco después de su publicación, moría en el año 1954. Una década después, una nueva generación de escritores españoles, buena parte de ellos barceloneses, revindicó su obra, y en especial ‘Vida privada’. De ahí surge su traducción al castellano, en manos de dos primera espadas; Jose Agustín Goytisolo y Manuel Vázquez Montalbán.
Esta traducción es fundacional, en tanto que proyecta a Sagarra como un gran autor catalán pero a la vez genera un modelo de novela castellana distinto a todo lo escrito hasta entonces. ‘Vida privada’ en su versión de 1964, que se reeditará completa, sin los recortes de la censura franquista, en 1984, es un modelo para la literatura barcelonesa que vendrá después. La de antes y la de ahora.
Por ejemplo, la descripción de la amante de Federico, Rosa Trenor como ‘La gracia natural de Rosa fluía de una especie de barcelonismo negligente y auténtico que ella, hija de un notario y nacida en el barrio viejo, no había podido perder pese a la bastardía de sus contactos y al desbarajuste de su vida’, podría ser perfectamente la de una Teresa o Montse de Marsé.
O en el edificio en que ‘la escalera apestaba a caldo de gallina, a caliqueño y a cubo de basura; ese tufillo especial de las casas del ensanche de Barcelona que todo el mundo tolera y de cuyas causas nadie se preocupa… y al tufillo natural de la escalera se añade ese tufillo de queja, de mal humor, rencor, protesta sin impulso’, ¿es Federico de LLoberola el que sube hacia el piso o Pepe Carvalho, investigando uno de sus casos?
Son los traductores, y toda la generación que les acompañaba, los que redescubren a Sagarra y su novela como un compendio de virtudes literarias, que en su momento se veían como defecto por alejarse del canon novelesco clásico. Si ahora nos sigue gustando es en parte por algo que le criticaban; porque escribía novela sin olvidar lo que había aprendido del periodismo, del teatro y de la poesía. También para ellos, y para generaciones posteriores, la potencia critica de la novela respecto a la Barcelona de finales de los veinte será extrapolable a siguientes dictaduras o dictablandas.
La edición de Anagrama de 1994 está prologada por un magnifico estudio de Marcos Ordóñez donde explica mucho mejor que yo porqué ‘Vida privada’ es un clásico europeo, no solo catalán. Hay, a modo de epílogo, comentarios breves de Félix de Azua, Eduardo Mendoza, Juan Marsé, Terenci Moix y Manuel Vázquez Montalbán.
Josep Maria de Sagarra, ‘Vida privada’ , Barcelona, 1995, Anagrama