Linterna mágica

‘Un día descubrí que una era muda como yo. La otra era locuaz, diligente y solícita, como yo’ (I.B. sobre ‘Persona’)

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Ingmar Bergman se retiró del cine oficialmente en 1982, con ‘Fanny y Alexander’. Es una de sus mejores películas, de las más autobiográficas, y un broche de oro a una filmografía espectacular. Pero no sería su última película. Entre esta y la crepuscular ‘Saraband’, veinte años después, dirigirá varios proyectos menores entre los que está, por ejemplo, una obra maestra muy poco conocida como ‘Tras el ensayo’. Y escribirá. Guiones para otros directores, guiones que nunca saldrán a la luz, y novelas, como su autobiografía ‘Linterna mágica’.

Era imposible que alguien como Bergman, que llevaba toda la vida dándole vueltas a los grandes problemas del ser humano y sacando historias a partir de esos conflictos que se transforman en personajes, escenas y películas, simplemente desenchufase el cable y se dedicase al dominó, a la petanca o a ver como suben las obras de los demás (¡joven, esa película no le está quedando recta!).

‘Linterna mágica’ es un regalo para todos los fans de Bergman. Es una autobiografía clásica, desnuda. Bergman habla en primera persona, con un tono coloquial en el que encuentra lugar para un ‘cojones’ o ‘cabronada’ que borraría de cualquiera de sus películas. Tampoco hay rigor cronológico. Va alternando episodios de su infancia y juventud con otros de madurez o de sus películas más recientes, que le sirven para explicar sus ideas sobre el cine y el teatro. Porque aunque la desproporción entre el público que tuvo en uno y otro es abrumadora por motivos obvios, para Bergman tenía la misma importancia la película que rodaba en verano que el montaje de Strindberg, Ibsen, Moliere o Calderón que hacía en invierno.

Los temas de ‘Linterna mágica’ son la familia y la infancia, donde sobresalen la madre y el tío que le descubre un primitivo cinematógrafo (la linterna mágica), el desorden físico y psicológico, traducido en su caso en la multitud de enfermedades y patologías que sufrió a lo largo de su vida y su gran tema, el amor, sexo y relaciones de pareja.

Bergman tuvo cinco matrimonios, bastantes relaciones que no pasaron por el altar (seguramente porque ya estaba casado) y nueve hijos. Las frases más utilizadas al respecto son ‘nos alcanzó la pasión’, normalmente con alguna de sus actrices o colaboradoras, y ‘pusimos el niño en buenas manos’. La erótica del poder no tiene límites en el caso de los directores de cine, los ejemplos son múltiples. Más extraño resulta el desconocimiento o la aversión a los anticonceptivos en la civilizada Suecia.

Lo que raramente hay en libro es algún reproche hacia sus parejas. Al contrario, hay una sincera admiración, y eso entronca directamente con sus películas, la mayoría de ellas protagonizadas por actrices. En Bergman hay una profunda fascinación por las mujeres. Es frecuente un esquema de relación en el que el personaje hombre resulta ser alguien superficial y plano. Directo, pragmático, pero básico. La mujer es compasiva, perseverante y rencorosa. Cualidades de trasfondo religioso. Su capacidad de sacrificio y sufrimiento, su pureza y convicción en sus ideas es muy superior a la de su pareja masculina. Creo que esto, que seguramente vio reproducido en bastantes de sus propias relaciones de pareja, a Bergman le fascinaba y le motivaba a escribir y desarrollar sus obras. Básicamente, a los hombres los entendía. Le parecían poco interesantes, sobre todo si el baremo comparativo era él mismo. En cambio las mujeres le sorprendían. Su fuerza de voluntad y sus motivaciones le parecían mucho más interesantes, nobles y peligrosas para su propia estabilidad social y mental que la de sus parejas. Por eso las protagonistas de sus películas claves son actrices y no actores.

Todo el mundo tendrá sus favoritas, pero hay consenso en un grupo de películas clave en Bergman entre las que estarían ‘Persona’, ‘Gritos y susurros’, ‘El silencio’ y ‘Secretos de un matrimonio’. Tanto en ‘Persona como en ‘El silencio’ la clave es el desdoblamiento de un referente autobiográfico en dos personajes opuestos, en dos caras de la misma moneda. La cita incial ilustra el caso de ‘Persona’.

Es tan erróneo pensar que Bergman era machista, por mostrar sus personajes femeninos bajo el peso del condicionamiento de género sociocultural, como feminista por su voluntad de trascenderlos. Esas categorías se quedan muy cortas para entenderlo. Bergman explora valores del ser humano que se traducen en conductas. Conductas que se convierten y condicionan relaciones. En esa relación, no solo de pareja o paternal, también respecto a dios o a la existencia, como en ‘Los comulgantes’, se muestra lo defectuoso o lo azaroso del ser humano, sus límites, y ahí es donde Bergman se mueve. Toda su obra, como en su admirado Strindberg, es una exploración de los límites del ser humano. Por eso cincuenta años después sigue siendo tan potente. Porque el objeto de investigación y sus formas de mostrase siguen siendo básicamente iguales.

El extremo racionalismo de Bergman lo explica al inicio del libro cuando abjura de la improvisación en el arte: ‘La improvisación en cualquiera de sus formas me es ajena (…) Hacer cine para mí es una ilusión planeada con todo detalle, el reflejo de una realidad que cuanto mayor me voy haciendo me parece cada vez más ilusoria’. Esta combinación de metodología y creatividad Bergman sólo la encontraba en cuatro directores: Kurosawa, Fellini, Buñuel y Tarkowsky. Respecto a él, Woody Allen decía que había tres tipos de buenos cineastas, los que podían hacer películas interesantes y entretenidas, una pequeñísima minoría que además era capaz de crear un lenguaje cinematográfico propio, y Bergman.

 Mis dos escenas preferidas de toda su filmografía están en su película de 1962, ‘Los comulgantes’. En el libro explica que tenía toda la película pensada menos el final, y que para encontrarlo se dedicó a visitar iglesias rurales donde se sentaba durante horas a observar el efecto de la luz a lo largo del día. En una de ellas, fue con su padre y cuando entró el pastor a decir misa, explicó a los poquísimos parroquianos que tenía gripe y que haría un servicio reducido. EL padre de Bergman, también pastor, se fue a la sacristía indignado y al poco salieron ambos curas para hacer la misa completa. Ahí vio el final de la película y entendió que

‘Pase lo que pase, tienes que decir tu misa. Es importante para los feligreses, es importante aún para ti. Si también es importante para Dios, ya lo veremos. Si no hubiera otro dios que tu esperanza, también sería importante para ese dios’

Ingmar Bergman, Linterna mágica, Barcelona, 1988, Tusquets

Persona

‘Pero después, cuando se acabó Electra, no te quedaba nada tras lo que esconderte, nada que te mantuviese en pie. Ninguna excusa. Y ahí estabas entonces, con tu tedio y tus exigencias de verdad. Quitarse la vida. No, es demasiado espantoso, eso no lo harías. Pero si puedes quedarte inmóvil. Puedes enmudecer. Así no mientes. ‘ p 36

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La historia de Bergman con ‘Persona’ comienza, como no, con una crisis personal. Ingresado durante varios meses por una bronconeumonía, su parálisis temporal le deviene en crisis de sentido respecto a su obra. Tumbado en la cama, piensa una historia de una mujer, dividida en dos personajes interpretados por actrices diferentes pero de gran parecido físico entre ellas. Una es la artista en plena crisis de sentido que se refugia en el silencio y otra es la cuidadora que intenta devolverla al mundo real.

‘Persona’ empieza gestándose como novela. La edición de Nórdica no es un guión, el propio Bergman lo advierte, ni un esbozo narrativo. Pese a la prevención del autor en el prologo, la novela ‘Persona’ denota una identidad propia muy desarrollada. El lector que acuda a ella después de la película, verá en ella casi todo lo esencial. Sólo faltan algunos recursos narrativos visuales (las escenas finales) que Bergman ideó más adelante. ‘Persona’ es una gran película De lo mejor de la filmografía de Bergman, que es como decir de lo mejor de la historia del cine. Y ‘Persona’ – novela funciona respecto a ella como un complemento de su identidad. Es difícil no imaginar, leyéndola, a Liv Ullman sonriendo en silencio ante los discursos de Bibi Anderson. Pero esto no condiciona la lectura, sino que la enriquece, fundamentalmente porque hay una relación más directa entre el narrador y el espectador – lector.

La idea de ‘Persona’ no es original de Bergman, Es una adaptación de una obra de su admirado Strindberg, ‘La más fuerte’. Un monólogo de un acto, con dos mujeres, una que habla y otra en silencio. Bergman la lleva a su terreno para profundizar en las paradojas kirkegaardianas de la existencia humana. Hay una lectura esencial de ‘Persona’ en clave existencialista. Ahí es básico el primer monólogo de la doctora. También hay una voluntad de superación de la narratividad convencional, algo mucho más evidente en la película que en la novela por razones obvias. Por ejemplo, en el experimento metafílmico de las escenas finales.

Pero si en algo incide la novela por encima de la película es en la voluntad expresa por parte del narrador de incorporar al espectador a la obra. En la novela, es el propio Bergman el que en varios interceptos rompe el ritmo narrativo, no ya con un recurso visual, sino con una interpelación directa al sentido de la obra. Interpelación que el espectador – lector no puede obviar. Si en la película, en una escena Liv Ullman fotografía el objetivo de la cámara o la mirada del espectador, reclamándole a la escena, la novela reclama la autonomía narrativa del lector, pues este, ante la interpelación del propio Bergman al gesto radical de incompletar, de aplazar su final, delega en el espectador la decisión ultima de su vida o su muerte. En definitiva, la decisión última de su sentido. Al fin y al cabo, el lector – espectador, es, como Elisabet, el que lee o escucha en silencio

Ingmar Bergman, ‘ Persona’, Madrid, 2010, Nórdica