‘… me parecía que ya era mucho no volver a ver crucifijos colgados por devoción de los falangistas en todas las cosas que siembran la muerte, en los cañones y en los tanques; nunca más oír invocar a la gran Madre de Dios a esos navarros que descansaban de los ataques fusilando prisioneros y no volver a ver a los capellanes bendiciendo, como aquel monje que pasaba por nuestras filas corriendo y con la mano en alto exhortándonos en nombre de Dios y la Virgen’
Stefan Zweig explica en ‘El mundo de ayer’ que a principios de la Guerra Civil estaba en Vigo esperando embarcar. Mientras, veía llegar columnas de aldeanos jóvenes con un capellán al frente que los guiaba hasta unos camiones recién estrenados, donde los cargaban y con toda seguridad trasladaban a los campos de instrucción. Allí formarían la carne de cañón de las nuevas divisiones franquistas encargadas de terminar la guerra, la cruzada nacional. Acaba diciendo que esos camiones nuevos los volvería a ver por otros lugares de Europa donde se iba fraguando el conflicto, la próxima guerra mundial, y que para él acabaron convirtiéndose en la señal del advenimiento del diablo.
Quizás algunos de esos camiones venían de Italia, de las factorías del norte, por orden de Mussolini. No fue lo único que vino. El duce llevaba años conspirando contra la República, alimentando la posibilidad de un gobierno filofascista al otro lado del Mediterráneo, otra pieza más en su proyecto de restauración imperial. Con el alzamiento, es Mussolini el que pone a disposición de los generales los medios para transportar el ejercito de Marruecos a la península. Sin ese transporte en los primeros días, la viabilidad militar del golpe hubiera quedado seriamente comprometida. Con el ejercito colonial en Andalucía, los obreros de Sevilla, Málaga o Badajoz estaban sentenciados.
Visto el éxito, Mussolini decidió enviar un cuerpo de tierra, una unidad expedicionaria que se llamaría Cuerpo de Tropas Voluntarias (1). La iniciativa, como cada vez en la siguiente guerra, fue un desastre. Los italianos iban a España huyendo de la miseria de su país, por la paga, como quien va a una guerra colonial cuyo motivo de fondo ni le va ni le viene. Se encontraron en una guerra civil, muy politizada, y con un enemigo que aunque inferior en medios, estaba dispuesto a morir por sus ideas, cosa que ni de lejos los italianos compartían.
Este es el eje de ‘El antimonio’, una de las cuatro nouvelles reunidas en ‘Los tíos de Sicilia’. Las otras tres son ‘La tía de América’, ‘La muerte de Stalin’ y ‘El quarantotto’. En la primera el protagonista es un adolescente que vive los últimos años de la guerra y los primeros de la postguerra en Sicilia, marcados por la visita de la familia americana. La segunda es la historia de un militante comunista en la postguerra y ‘El quarantotto’ va más atrás, al diecinueve, para explicar también la vida del hijo de un sirviente de la aristocracia siciliana local que va describiendo las revoluciones que van y vienen.
Sciascia es relativamente poco conocido y citado, para el nivel y lo vasto de su obra literaria. Casavella era uno de los pocos que lo nombraba para bien. Siciliano, vinculado durante décadas al PCI y después con los Radicales, Sciascia publicó en vida cerca de cuarenta obras. Las más famosas son sus nouvelles negras, de ambientación contemporánea italiana, en la que la política y la mafia siempre están presentes de una u otra forma. ‘Todo modo’, ‘A cada cual, lo suyo’ o ‘El día de la lechuza’ son algunas de las mejores. Todas están publicadas en Tusquets. Tiene también libros de cuentos (‘Un mar de color de vino’), obras de teatro, compilaciones de sus artículos en la prensa italiana, novelas documentales o de no ficción, como ‘La desaparición de Majorana’ o ‘El caso Aldo Moro’ y novelas históricas, como ‘Los apuñaladores’ o esta ‘Los tíos de Sicilia’, que Sciascia publica en Italia en 1958.
Aunque el nivel de las tres primeras historias del libro es más que notable, la que da altura al conjunto es ‘El antimonio’, que acaba de ser reeditada por Altamarea. El protagonista es un minero del azufre siciliano en los años treinta, en pleno apogeo del fascismo. Se salva de un accidente en la mina provocado por una explosión de grisú (llamado antimonio en Sicilia) y las inexistentes medidas de seguridad en el trabajo. Ante la posibilidad de morir en la mina o morir en la guerra, escoge la que mejor le pagan y se alista en el CTV para luchar en el bando franquista. Su llegada a España, como la de sus compañeros, es como la llegada a una colonia exótica, a cumplir el expediente que les encargan en la metrópolis. No tardan en darse de bruces con la realidad. Por un lado, el enemigo no se deja matar fácilmente, como las tribus etíopes que Mussolini acababa de exterminar, y por otro, sus compañeros de armas españoles además de ganar la guerra se dedican a exterminar al adversario político con especial dedicación, en una cruzada nacional católica que ellos, como italianos apolíticos y escépticos, ni entienden ni comparten el convertirse en cómplices de una masacre sistemática de todo lo que huela a rojo.
La prosa de Sciascia es descriptiva, sencilla y reconocible. Sin complicaciones ni excentricidades. Contenida, un poco sarcástica, de un humor sutil. Con los años se ira italianizando, aquí aún tiende al realismo. Inteligente, culto, el despliegue de motivos y fondo histórico-político es brillante, sin necesidad de grandes extensiones para asentar conceptos. En esto es un poco borgiano. Sus textos rara vez superan las doscientas páginas, y a menudo no llegan ni a las cien. De izquierdas y meridional, es inevitable en Sciascia el fatalismo histórico, el peso ético de la adscripción al bando de los perdedores de las guerras modernas que aquí ejemplarizaba Vázquez Montalbán. Pese a ser dos escritores técnicamente bastante diferentes, en ambos hay la idea del refugio ético del individuo como último recurso contra el monstruo exterior, llámese mafia, capitalismo o fascismo. Aunque los personajes de Sciascia más que al nihilismo carvalhista tienden a un pragmatismo de supervivencia.
Meses antes de morir, Sciascia publicó otra de sus novelas cortas de ambientación negra-mafiosa, ‘Una historia simple’. En un parágrafo deja caer su propia visión de la literatura, en la que explica muy claro su voluntad de adscripción en el oficio
‘Pero, curiosamente, el hecho de tener que escribir sobre las cosas que veía, la preocupación, la angustia casi, daba a su mente una capacidad de selección, de elección, de esencialidad, gracias a la cual lo que después quedaba en la red de la escritura acababa siendo sensato y agudo. Tal vez ocurra lo mismo a los escritores italianos meridionales, en particular a los sicilianos’
1: Corpo Truppe Voluntarie. Voluntarios para que no pareciera que Italia estaba interviniendo. China hará lo mismo en la guerra de Corea. En la propia novela el protagonista explica que tras la derrota italiana en Guadalajara a principios del 37, los españoles del bando franquista pasaron a llamar al CTV ‘Cuando Te Vas’.
Leonardo Sciascia, Los tíos de Sicilia, Barcelona, 1992, Tusquets
Leonardo Sciascia, El antimonio, Madrid, 2021, Altamarea