El transcurrir del tiempo es inevitablemente el transcurrir de uno mismo, así de simple. Y luego la nada. Supongo que debería ser un consuelo comprender que uno no puede estar muerto eternamente porque no hay eternidad en la que estarlo.
Eddie Bunker escribió su primera novela en la cárcel. La mandó a un editor que le respondió con el consejo de su vida. En vez de aprovechar el potencial sensacionalista de la biografía del autor, le dijo: ‘Es buena, pero no lo suficiente. Sigue escribiendo. Envíame la próxima’. Bunker le hizo caso. Con la siguiente, la respuesta fue: ‘Mejor, pero aun no. Sigue.’. Así hasta seis. La séptima fue ‘No beast so fierce’, su primera novela publicada y el pilar que sostuvo el resto de su carrera. Un clásico. Lo acertado que estaba su editor lo confirma el que, de todas las novelas publicadas de Bunker, la más floja con diferencia es ‘Stark’, una de las seis inicialmente rechazadas.
Si Bunker viviera aquí y hoy, tendría que haber enviado su primer manuscrito a un concurso, a uno de los que descubren nuevas voces del panorama literario. Quizás las bases lo invalidarían por demasiado mayor. Tampoco encajaría en el perfil que buscan la mayoría de estos concursos. Si consiguiera que le publicaran, nadie le diría que aún le falta mucho para ser un gran escritor. Nunca habría llegado a ‘No beast so fierce’. Seria otro cadáver por el camino, pensando que fue de sus quince minutos de gloria.
Es tan desolador el panorama literario actual que los dos mejores escritores vivos tienen más de noventa años. Uno de ellos, Cormac McCarthy, publicó sus dos nuevas novelas a finales de 2022, después de casi quince años de la última, su obra maestra ‘The road’, y cuando casi nadie pensaba que iba a llegar otra novela del americano. De hecho, llegaron dos, que Random House acertadamente edita en un único volumen; ‘El pasajero’ y ‘Stella Maris’. Esta última es un spin off de la primera. Uno de sus personajes, la hermana del protagonista de ‘El pasajero’, en su estancia en el psiquiátrico del título. Su vida narrada a través de las conversaciones con su terapeuta. No es una mala novela, pero el principal problema es la mínima distancia que establece con su predecesora. En todos los niveles, argumental y también estilísticamente. Leída inmediatamente después, ‘Stella Maris’ cae rápidamente en la redundancia. Parece uno de esos casos en que el escritor de turno explica que el personaje ‘se le fue de las manos’, tópico que nos ha de hacer pensar en una rápida huida de tal libro. Aquí estamos hablando de McCarthy, que hasta en sus momentos más bajos sigue muy por encima de resto. Pero esta, en comparación con su novela hermana, queda muy disminuida.
No así ‘El pasajero’, que de entrada ha de luchar contra el resto de obra de McCarthy. Ninguno de sus lectores entrará de primeras, todos hemos pasado antes por ‘Blood meridian’ o ‘No country for old men’, con evidente placer. Primera conclusión: nada que ver con estas. Si acaso, enfoca más a las de la primera etapa, ‘Sutree’ o ‘Hijo de Dios’. ‘El pasajero’ es una novela tan fría como el resto, pero más críptica. La violencia explícita de otras novelas aquí es mucho más implícita. Flota en el ambiente, se supone, pero de otra manera. Algunas reseñas la han comparado con las grandes novelas de Don DeLillo, pero es más como la novela que nunca escribió Raymond Carver. La comparativa con DeLillo viene por dos clichés, el postmoderno de la inclusión de textos ensayísticos o científicos dentro del formato ficcional de la novela, por ejemplo la clase sobre física quántica que tiene lugar en una de las múltiples conversaciones de café que del protagonista con sus amigos o conocidos. La otra es un gesto, el de acentuar la frase del interlocutor repitiendo una de las palabras. En DeLillo, que lo usa constantemente, tiene un sentido irónico, de resaltar lo grotesco de la conversación. Las novelas del también genial escritor americano (aunque su última novela que merezca tal apelativo se publicó hace tres décadas) tiene un sentido del humor irónico y acido del que carece McCarthy.
No, a estas alturas no le ha dado a McCarthy por escribir una novela postmoderna. ‘El pasajero’ es una novela intencionadamente ambigua y críptica más bien porque el autor no necesita, o no le apetece, escribir una novela con una estructura clásica, con un argumento tramado. De hecho, no hay una trama, hay cuatro; la inicial del avión hundido y el supuesto pasajero ausente del título, la relación con la hermana protagonista de ‘Stella Maris’, la huida del aparato policial estatal y la historia familiar, con un padre en el equipo del físico nuclear Oppenheimer. ¿Coinciden, llevan a algún sitio,…? Esto queda en el ámbito del lector. Seguramente hay un plan en la mente del autor, y al lector le queda claro que algo esta pasando en la mente del protagonista, algo que probablemente entienda solo él. Pero McCarthy no está aquí para solucionar problemas, sino para plantearlos, y la única conclusión factible es el desplazamiento, la búsqueda o huida del protagonista hacia algo que no existe. Como en ‘The searchers’, la persecución se acaba convirtiendo en una huida vital.
A los que busquen en la parte más ensayística, es obvio también el papel central que juegan en la novela todas esas conversaciones con los secundarios en la mesa de un bar o un restaurante de carretera. Como si el protagonista se fuera despidiendo de todos ellos, de su vida. Algún otro lector ha visto ese trato y los debates sobre la existencia y la muerte como alguna señal intelectual del propio McCarthy. No se habla en ‘El pasajero’ mucho más sobre la muerte que en cualquiera de sus otras novelas. El escepticismo y el pesimismo sobre el ser humano y su futuro han sido siempre una marca de la casa. Como no le llegamos a la suela del zapato al maestro McCarthy, aquí no desesperamos y aun esperaremos un nuevo capitulo de su obra literaria.
Cormac McCarthy, ‘El pasajero / Stella Maris‘, Barcelona, 2022, Random House