Los detectives salvajes

A veces, lo mejor es el silencio. Descender otra vez a las catacumbas del DF y rezar en silencio

Yo he visto a los viscerealistas. Vinieron a Barcelona hace unos años, convocados a un acto en la Casa América que presentaba Ignacio Echevarría. Faltaban los muertos, claro. Entre ellos Arturo Belano (Roberto Bolaño) y Ulises Lima (Mario Santiago). Estaban sentados en el escenario, una fila de señores mayores, que Echevarría iba presentando y explicando a quien correspondían en la novela. Recuerdo a Felipe Müller (Bruno Montané), repantingado en una esquina, hablando sobre la novela. A Piel Divina, que me pareció un tipo muy normal, poco adecuado para su sobrenombre. Al final del acto, como la mayoría tenían una dedicación artística, alguno hizo una lectura poética y otro escenificó una especie de performance vocal. En conjunto, fue bonito como homenaje a Bolaño y a la vez tuvo algo místico, como si los personajes de tu cuadro preferido de repente cobran vida y salen del cuadro, pero de otra manera, diferentes a como los han pintado.

Los viscerealistas, o realistas viscerales, de ‘Los detectives salvajes’, existieron, pero como los infrarrealistas, y también eran famosos básicamente por reventar actos de Octavio Paz, su némesis, cuyas conferencias se animaban cuando algún organizador alertaba ‘¡que vienen los infras!’. Un joven Bolaño, que había llegado a México desde Chile en el 68, formaba parte de ellos. Ahí alimentó su voluntad poética la década siguiente, entre viajes reales o ficcionales por el continente, hasta su traslado a España en el 77. ‘Los detectives salvajes’ es en parte la novela de esos años, de la juventud de Bolaño en el México de los setenta. Es eso y muchísimas cosas más. Es, para empezar, la mejor novela de Roberto Bolaño. Hay quien prefiere ‘2666’, pero simplemente su carácter de inacabada, aunque leve, la pone un escalón por debajo de ‘Los detectives salvajes’. También puede verse la continuidad entre ambas, o incluso a ‘2666’ como la segunda (o tercera) de las novelas-rio de Bolaño, también con México como el epicentro geográfico de su literatura.

‘Los detectives salvajes’ es también la novela inaugural del ‘fenómeno Bolaño’. Hasta entonces, Roberto Bolaño era un escritor prácticamente desconocido, que después de vagar por los extrarradios literarios, de rechazo en rechazo, consigue publicar su debut con Seix Barral (‘La literatura nazi en América’, 1995) y tras una de las peores decisiones de Pere Gimferrer en su vida laboral (1), su continuación, ‘Estrella distante’, 1996, en Anagrama, editorial que se llevó la gloria y las ventas de Bolaño hasta su sonado pase postmortem a Alfaguara. El bombazo llega en el 98 con ‘Los detectives salvajes’. Su muerte en 2003, con apenas 50 años, lo convierte en un mito y un escritor de culto, del que, independientemente de las preferencias de cada uno, quedan los pilares del edificio que forman las cinco novelas (las ya citadas más ‘Nocturno de Chile’, todas obras maestras) que publicó en apenas ocho años.

Hoy Bolaño es ya un clásico de la literatura contemporánea. Se siguen publicando sus viejos borradores como si fueran novelas nuevas, la viuda (como con Borges) demanda a alguien de vez en cuando, y las universidades de aquí y de allá se llenan de tesis sobre, con o acerca de Bolaño. Periódicamente se filtra la noticia de una gran biografía aún por publicar. Lo de siempre. Pero queda la literatura, y el tamaño literario de una novela como ‘Los detectives salvajes’ crece más y más con el tiempo.

Leer es releer. Y muy pocas novelas mejoran tanto con la relectura como ocurre en este caso. ‘Los detectives salvajes’ tiene las tres condiciones necesarias para ello. Tiene una altísima calidad técnica y estética. Bolaño, que siempre se consideró a si mismo poeta, puede alcanzar momentos de una lírica brutal, como la escena de la pérdida de la virginidad de García Madero o la visión del Impala de Quim Forn. Tiene complejidad técnica, algo que tirará atrás al lector de solapa pero que atrapará al que busque literatura con mayúsculas. Si en ‘2666’ la versión de novela-rio va en la dirección de la confluencia y distancia entre las cinco novelas que la componen, aquí es el planteamiento (que muchos ven como un homenaje a ‘Rayuela’ y yo no tanto), basado en una novela que abre y cierra el libro, la historia de García Madero narrada en primera persona, y una segunda novela que triplica en tamaño a la primera, intercalada en la historia de García Madero, en la que se explica el devenir los siguientes veinte años de los detectives, Belano y Lima, a partir de narraciones fragmentarias en voz de personajes secundarios, como si fuera un documental. Tiene, finalmente, multitud de lecturas. Puede leerse como un thriller, y buena parte de su mérito reside en la capacidad de Bolaño para poner en tensión al lector con la base de unos locos que buscan a una poeta desaparecida cuya obra publicada se reduce a un poema visual. Puede leerse como una personalísima historia de la literatura contemporánea, o de la experiencia literaria, del propio Bolaño o de un estereotipo de personaje cercano a él, algo así como el joven del siglo XX que decide ser poeta y formar parte de la vanguardia. La que sea, en este caso literaria, pero por analogía podría ser la política o la filosófica, por citar algunas.

Los tecnófilos, los sacerdotes de la literatura ensimismada o los aspirantes a escritor que nunca lograrán mirar a los ojos a Bolaño, dirán que Bolaño es un cuentacuentos, que recurre a tropos literarios ‘de juventud’ o simplemente que no inventa nada. Esto último es cierto. Como Bowie, no descubre nada, pero se empapa de todo lo bueno y lo destila para crear algo propio, algo original. Intentar copiar a Bolaño genera artefactos ridículos, porque son muy Bolaño. Han de pasar décadas para que salga alguien capaz de hacer con él lo que con Faulkner hicieron Onetti o Saer. Ahora solo salen Bendichos. Cuando le preguntaban al propio Bolaño sobre los grandes nombres de la literatura, contestaba que era obvio que le habían influenciado Borges o Cortázar. Faltaría más. Añado uno que nunca sale, el mexicano Jorge Ibargüengoitia. La voz de García Madero tiene mucho en común con la de El Negro de ‘Dos crímenes’, uno de los mejores personajes de Ibargüengoitia.

El listado de simbolismos, analogías y metáforas de una obra así es enorme, interminable, pues el propio Bolaño juega a la contradicción, a mostrar y ocultar a la vez sus ‘ciruelas’ nabokovianas. Una de ellas la desvelaba al principio, con la presentación de los infras supervivientes en ese acto de la Casa América. Otras, por ejemplo, son la identidad de los escritores que Bolaño parodia en el capítulo de la feria del libro de Madrid, donde se adivinan fotografías retorcidas de Juan Manuel de Prada o Muñoz Molina, entre otros. O el retrato lleno de cariño de Reinado Arenas y el poeta peruano que no sé identificar. En definitiva, ‘Los detectives salvajes’ es una novela para entusiasmarse. Para contagiarse del entusiasmo por la literatura y por la vida de su autor, de sus personajes, y de sus frases. Una celebración. En casos similares, siempre hay quien comenta ‘¡quien pudiera volver a la emoción de volver a leer por primera vez…!’ Aquí, en cambio, hay que pensar, una vez cerrado el libro, en todo lo que nos va a deparar de nuevo, dentro de dos o tres años, la siguiente lectura de la novela. Todo lo que nos queda por aprender.

1.La excusa oficial del rechazo de Seix Barral a ‘Estrella distante’ fue, en palabras del propio Gimferrer, que ‘era una novela demasiado chilena’. Me inclino más a pensar que el fracaso de ventas (previsible) de ‘La literatura nazi en América’, seguido de una novela que, más que un spin off, era un capítulo extendido a novela llevó a pensar a Gimferrer que no colaba semejante patillada. Herralde compró confiando en las futuras novelas de Bolaño y el tiempo le volvió a demostrar su instinto, inigualable en el mundillo literario.

Roberto Bolaño, Los detectives salvajes, Barcelona, 1998, Anagrama

Monsieur Pain

Pero habrá jueces, Pierre, no lo dude, jueces duros como la roca y para quienes la palabra piedad carece de sentido. A veces, en la duermevela, los sueño, los veo actuar y decidir: recomponen las piezas, son crueles y se rigen por reglas que para nosotros están en el dominio del azar. En una palabra, son horribles e incomprensibles. Claro que yo, para entonces, no estaré aquí. (p 51)

Buenas tardes. Me presento, soy Bolaño. Perdone, debe tratarse de un error; yo soy Bolaño. Se equivocan ambos, yo soy el verdadero Bolaño. Apártense, farsantes, usurpadores. Solo hay un auténtico Bolaño, y ese soy yo. Disculpen que les interrumpa tan interesante debate. Soy el abogado de Bolaño. Aquí tienen mi tarjeta. Les informo que, si siguen acreditándose como mi cliente, les voy a demandar por atentado al honor, daños y perjuicios y seis o siete cosas más que especificaré en su momento.

¿Y Bolaño, que opina de esto? Nada, lleva quince años muerto. La tragedia siempre se repite como farsa, y en el caso de todas las idas y venidas que llevamos viendo alrededor del legado del genial escritor chileno, la realidad acaba configurándose como una novela más que rechazaríamos por demasiado patética.

Las dos mejores novelas de Nabokov tienen por tema distintas formas de apropiación de la identidad. Maneras en las que ciertos sujetos se apropian de la figura de un muerto genial para convertir su vida anónima en una continuación deforme de la del muerto. Sin todo aquello que lo convirtió en un genio, claro. En ‘Pálido fuego’, el supuesto amigo se apropia del poema y monopoliza su exposición, vinculada hasta tal punto a su figura que acaba considerándose más importante para su creación que el autor muerto. En ‘La verdadera vida de Sebastian Knight’, el narrador tiene que escribir una biografía de su hermano muerto para desautorizar la que otros han escrito anteriormente.

Todos son casos de distintas formas de apropiación de la identidad. De un personaje, o de un autor, a través de un lector o alguien con un acceso privilegiado a la figura de ese autor. Porque el elemento indispensable es que ese autor no pueda defenderse diciendo quien tiene su parte de razón y quien está completamente loco o se cree demasiado listo. Para ello es muy propicio que el autor este muerto.

Todo esto y más se da en la biografía de Roberto Bolaño. El propio Bolaño se consideraba un poeta visto en la tesitura de aprender a escribir novelas, cuenta la leyenda que como sustento a sus hijos, pero lo cierto es que sus primeros intentos son muy anteriores a su paternidad. Esa primera fase dura desde finales de los setenta hasta la publicación de ‘La literatura nazi en América’ en 1996. A partir de ahí, en siete años frenéticos se publica todo el corpus Bolaño, que desde ‘Los detectives salvajes’ es ya un boom Bolaño. En 2003, su hígado dice basta y fallece en Barcelona. A partir de aquí, la locura.

Un inciso. ‘Los detectives salvajes’ es una novela generacional, como lo fue en su momento ‘Cien años de soledad’ o ‘Rayuela’. Aunque ahora nos parecería de locos que alguien se presentase como el auténtico Horacio Oliveira o el Coronel Aureliano Buendia de carne y hueso, esto ha pasado con Roberto Bolaño. Poco tiempo después de publicarse ‘Los detectives salvajes’ aparecieron tipos reclamándose los verdaderos Garcia Madero o Arturo Belano indignadísimos por cómo les habían robado su vida y su historia. Más posibilidades ofrece la segunda parte de la novela, donde aparecen unos setenta personajes secundarios repartidos por el mundo. Así, el que le vendía el diario o el propietario de la tienda de juegos de mesa se reconocen entre ellos, y hasta aparece alguien que asegura que él y Bolaño compartieron charla y tragos en Orense en 1979 (1).

La historia de la literatura está llena de historias como estas, y no creo que a Bolaño en su momento le inspirasen más que una sonrisa. Menos alegre es la lucha por el legado, material y simbólico de su figura. El consenso postmortem dura poco, lo que alcanza para la publicación de ‘2666’ y tres compilaciones. La relación entre la viuda y el círculo de amistades literarias del finado se hunde y la primera, como tutora legal de los herederos, firma con la agencia de Andrew Wylie y licencia la obra de Bolaño con Alfaguara, que está reeditando su obra y los inéditos que van desempolvando de su disco duro.

Pero estas gestiones empresariales tienen poco que ver con un delirante fenómeno de saqueo de la obra no publicada en vida del autor, que a fecha de hoy ya supera en número a las publicadas en vida. No en calidad, por supuesto.

En la bibliografía de Bolaño hay que distinguir dos categorías, con sus propias subcategorías.  Por un lado, están sus novelas publicadas en vida, incluyendo ‘2666’, cuya decisión había tomado el propio Bolaño. Hay una mayoría de ellas escritas entre 1993 y 2003, con obras maestras como ‘La literatura nazi en América’, ‘Estrella distante’, ‘Los detectives salvajes’, ‘Nocturno de Chile’ o ‘2666’. Hay también un subgrupo de novelas escritas en el periodo de formación, que Bolaño tenía en un cajón y que decide dar por buenas para su publicación. Aquí entran ‘Amberes’, ‘La pista de hielo’ y ‘Monsieur Pain’.

‘Monsieur Pain’ es una buena novela. Ni la mejor, ni entre las cinco mejores, pero aguanta el tipo. Bolaño la escribe en los ochenta y tras su rechazo editorial la presenta a concursos de provincias, ganando uno y recibiendo un accésit bajo el título de ‘La senda de los elefantes’. Es una novela histórica de misterio y aventuras urbanas. Viéndola en contexto, diríamos que parece un ensayo de Bolaño aprendiendo a escribir novelas clásicas, vendibles. Para la trama usa un hecho real. El poeta peruano Cesar Vallejo murió en París en 1938. En la agonía, sufrió un ataque de hipo que le duró días y del cual fue curado por un hipnotizador francés llamado Pierre Pain. Bolaño coge ese personaje y ese contexto y construye una novela de aventuras más que aceptable.

Por otra parte, están las obras publicadas post mortem bajo la decisión de sus herederos. Se dividen en un grupo de carácter compilatorio, como ‘Entre paréntesis’ o ‘La universidad desconocida’, y otro que se presentan como novelas inéditas, como ‘El tercer Reich’ o ‘El espíritu de la ciencia ficción’.  El problema con estas últimas, que vienen apareciendo con una cierta regularidad, es que están muy lejos, lejísimos, del estándar de calidad que tienen las novelas que Bolaño decidió publicar. Por mucho que nos vendan la moto. La reseña de Jordi Puntí para ‘El tercer Reich’ concluía: ‘Es un Bolaño distinto’. Si. El malo.

¿Hasta qué punto es legítimo devaluar una bibliografía brillante publicando medianías que el autor en vida había decidido no publicar? La viuda afirmaba en una entrevista ‘En ningún momento me manifestó esto no lo publiques, como tampoco lo hizo en el sentido contrario’ (2). ¿Esto significa barra libre? Evidentemente, los argumentos para ello no son literarios, sino económicos. Pero no estamos hablando de una situación de vida o muerte. El cheque de los royalties anuales que sigue facturando la marca Bolaño no debe ser ninguna limosna.

También cabe considerar que unos padres prefieran la seguridad económica de sus hijos a las consideraciones de la crítica o de los lectores sobre el conjunto de su obra. Más triste, y en esto estoy seguro que Bolaño se revuelve en su tumba, es el espectáculo del juicio por la demanda que la viuda e hijos han puesto a la que fue su última pareja, Carmen Pérez de la Vega, pidiéndole un cuarto de millón de euros por daños y perjuicios a quien nunca ha dicho esta boca es mía ni ha pedido un euro por su acreditada relación con el muerto (3). Que unos y otros tengan que acabar en un juzgado discutiendo sobre si Bolaño y Carmen eran novios, amantes, amigos o residentes en Barcelona demuestra una falta de respeto tan enorme por el escritor y su obra que propongo como título para esta tragicomedia que están escribiendo entre todos el que iba a ser el título de ‘Nocturno de Chile’: ‘Tormenta de mierda’.

1: https://www.jotdown.es/2018/07/un-tal-bolano/

2: http://www.catedraabierta.udp.cl/bolano-inedito-y-universal-la-historia-de-una-novela-inacabada/

3: ‘…Maristain cree que en la disputa que mantienen Carolina López y Carmen Pérez no hay cosas subterráneas, lo que hay es “una disputa entre los recuerdos de Bolaño y los recuerdos de Carolina López. Hay una mirada que quiere imponer Carolina y todas las miradas de los demás”. Estos recuerdos, de la una y de la otra, están mediados por dos proyectos de memorias distintos: las que por consejo de Andrew Wylie está escribiendo Carolina, que serían los años de pobreza y anonimato del autor de Estrella distante, y las de Carmen, que serían los años en los que Bolaño se convierte en Bolaño.’   http://www.catedraabierta.udp.cl/viuda-salvaje/

Roberto Bolaño, Monsieur Pain, Barcelona, 1999, Anagrama

La literatura nazi en América

Suspiré o bufé, que asunto más feo, dije por decir algo. Claro, dijo Romero, ha sido un asunto de chilenos.

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No hay un Bolaño, hay Bolaños. Quizás solo fuese uno bajo diversas máscaras, pues sus años públicos fueron pocos y le exigieron demasiadas opiniones, contra lo cual podía pasar de la solemnidad al absurdo sin inmutarse. Probablemente fue uno, el mismo, pero ahora ya no hay forma de que nos afirme o desmienta. Queda Youtube, y sus entrevistas colgadas en la red para verle fumar un cigarro tras otro mientras opina de Gabriela Mistral o de Enrique Lihn. También quedan los exégetas que lo conocieron y admiraron. Hay una conferencia (1) que dio Castellanos Moya, escritor que cumplió ambas condiciones,  en la que como casi siempre que habla, deja revelaciones. Lo compara con Fuentes o Marías, viniendo a decir que bueno, que uno puede entender que el hijo de Don Julián Marías salga escritor, con toda esa cultura que ha mamado desde pequeño. ¿Pero Bolaño? ¿de dónde sale, de dónde saca todo eso?, se pregunta Castellanos Moya. ‘Ese tipo era un genio’.

‘La literatura nazi en América’ es la primera novela de Bolaño. No  del todo, porque ya había publicado ‘Monsieur Pain’ bajo otro título, (2) y una novela a medias con A.G. Porta (3). No era, ni mucho menos, la primera que escribía. Llevaba diez o quince años aprendiendo a escribir novelas, y los embriones de algunas de ellas acabarán dentro de las siguientes a ‘La literatura…’. Pero esta es especial por muchos motivos. Primero porque es la que le saca del anonimato; la publica una major, Seix Barral. Después de muchos rechazos, una editorial de prestigio decide publicar a un autor chileno desconocido. La novela lo merece, es un tour de force borgiano de primera categoría. Gimferrer da la de cal apostando por ella, y la de arena cuando incomprensiblemente rechaza la siguiente, ‘Estrella distante’, para alegría de Herralde, que lo ficha y le publica al menos un libro al año hasta su muerte. Gimferrer dice en un especial Bolaño que la rechazaron por demasiado chilena. Más bien tiendo a creer que  no tragaron con la idea de publicar un spin off de una primera novela que además pasó sin pena ni gloria por las listas de ventas. No entendieron que Bolaño era como The Smiths, que publicaron un recopilatorio seis meses después de su disco de debut.

En ‘La literatura…’, vista hoy en perspectiva desde el conjunto de su obra, se reúnen varios Bolaños. La novela es un falso diccionario, a lo Borges, de autores y libros que no existen. Tienen en común las raíces fascistas de sus autores. Es una venganza contra la extrema derecha americana del siglo XX, de norte a sur y de principio a fin de siglo, que devastó la generación del autor. Es también una segunda venganza contra la mala literatura. El Bolaño lector podía ser tan o más incisivo que el Bolaño político. Con argumentos y críticas destroza el género que el mismo inventa para historiar libros que nadie (y esa es su venganza) hará caso, sentenciando al olvido a sus autores: ‘Sus libros nunca se reeditaron. Sus inéditos probablemente fueron arrojados a la basura o al fuego por los celadores del asilo’.

La novela está narrada casi en su totalidad en tercera persona y en estilo ensayístico, sarcásticamente neutro respecto a las barbaridades que defienden los autores. Sagas familiares reaccionarias, precursores ultramontanos, falangistas americanos y líderes de barras bravas, entre otros. Todos atraídos por una imposible vocación literaria. El conjunto es una novela rio, ensayo de lo que vendrá años después con ‘2666’, y con una parte final que rompe el tono enciclopédico, la historia de Ramírez Hoffman, el teniente pinochetista que traza poemas aéreos de día y tortura de noche. Aquí utiliza la primera persona y de aquí saldrá la siguiente novela, ‘Estrella distante’. Pero eso es ya otra historia.

1: https://www.youtube.com/watch?v=IYlQL3jE4_Y

2: Roberto Bolaño, ‘La senda de los elefantes’ Premio Félix Uribayen 1984, Ayuntamiento de Toledo. Reeditada como ‘Monsieur pain’, Anagrama, 1999

3 Roberto Bolaño y A.G. Porta ‘Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce’ Barcelona, 1984, Antrhopos. Reeditada en 2006 por Acantilado.

Roberto Bolaño  ‘La literatura nazi en América’  Barcelona 1995 Seix Barral

2666


‘Que triste paradoja, pensó Amalfitano. Ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren camino a lo desconocido’

‘2666’ es una catedral. También es un mito. Fue la primera novela póstuma de Bolaño y arrastra la historia de su muerte. Esto le ha conferido una aureola que tiende a identificarla con su mejor novela. No lo es. Es su obra más ambiciosa, la más compleja seria discutible. La mejor, la más redonda, es ‘Los detectives salvajes’. Aun así, ‘2666’ es una excelente novela y Bolaño uno de los grandes.

‘2666’ es una novela inacabada. Bolaño le dedica como mínimo los tres últimos años de su vida, y eso, al ritmo frenético de escritura que llevaba, era muchísimo tiempo. En el epilogo, Ignacio Echevarria señala que Bolaño la daba por casi concluida, que habría trabajado en ella quizás unos meses, pero no más. Hasta para alguien tan cercano a Bolaño como el propio Echevarría, no deja de ser historia ficción. Pero puestos a imaginar retoques,  es obvio que la quinta parte, la de Archimboldi, estaba cociéndose y que la versión definitiva es en bruto. También el final de la parte de Fate resulta confuso, y puede que algunas de las decenas de microhistorias de los personajes secundarios no habrían pasado el corte de una lectura definitiva del propio Bolaño.  Pero  no dejan de ser detalles menores que no suponen un hándicap ni desmerecen la lectura de la obra en su conjunto. El proyecto general va más allá de unas páginas de más o de menos, y este funciona mejor que bien.

El título de libro es el futuro en el que las historias que se narran en él y sus protagonistas habrán quedado sepultadas (‘un cementerio olvidado’) en un pasado lejano e intrascendente. La novela se estructura en cinco partes. La parte de los críticos (páginas 15 a 207) la parte de Amalfitano (páginas 211 a 291) la parte de Fate (páginas 295 a 440), la parte de los crímenes (páginas 443 a 791) y la parte de Archimboldi (páginas 795 a 1119). Es una novela de caminos. Borges diría que su tema es el laberinto. Son caminos que se extienden, se cortan, se cruzan entre ellos, algunos finalizan en nada y otros desembocan en nuevos caminos aún por recorrer.

Horacio Castellanos Moya explicaba que por el tiempo en que Bolaño escribía ‘2666’, él dirigía un diario en el DF y que el chileno, aprovechando una amistad por correspondencia iniciada poco antes, le avasallaba con peticiones de documentación sobre los casos de las muertas de Ciudad Juárez; ‘Era muy pesado. Pero mucho. Al final tuve que decirle a una chica que andaba por allí ‘oye, éntrale al tipo este…’ y la tuvo monopolizada muchos días’. Todo esto se refleja en el fondo de armario de la versión final de la novela. Aun así, a riesgo de dispersarse, la tensión narrativa no se resiente y Bolaño consigue crear una atmosfera casi de terror solo con enumerar unos breves rasgos físicos del personaje oculto (‘alto, albino, alemán’).

De entre esa combinación de trama y subtramas, quedan dos temas centrales. La historia de Benno von Archimboldi, un escritor alemán oculto (a lo Sálinger o Pynchon) del que sólo se conocen sus libros, y la historia de los asesinatos de mujeres en Santa Teresa, trasunto del feminicidio de Ciudad Juárez desde principios de los noventa, la inmensa mayoría casos sin resolver. Ambas historias son los polos opuestos a través de los que Bolaño mueve la novela. Por un lado, el cielo, la literatura. Si en ‘Los detectives salvajes’ se buscaba a la poesía latinoamericana, aquí se busca a la novela europea, personalizada en Archimboldi, el escritor que inventa Bolaño y que le da pie al juego borgiano de  creación de una bibliografía, un aparato crítico y un repaso a la historia de la literatura alemana. El polo opuesto, el infierno, será la muerte impune y sádica de las mujeres de Santa Teresa. Hay un elemento clave en la reescritura que hace Bolaño de dichos crímenes. En una escena, el personaje periodista del DF, Sergio González, esta encamado con una prostituta y tras el polvo le explica la historia de los crímenes. La prostituta reacciona con indiferencia y este se indigna, reclamándole cierta identificación con las muertas. Esta le contesta que no, que ella es una puta y las muertas son obreras. Obreras o algunas de ellas estudiantes, incluso de primaria. Son la base de un futuro, de la esperanza de México, que está siendo asesinado impunemente.

Esta idea, la analogía con una casa en la que en el hall se discute de literatura mientras en el sótano se tortura y asesina, está también en ‘Estrella distante’ y sobrevuela por entero la obra de Bolaño. El legado de ‘2666’ es poner nombres y caras a esas muertas, para evitar que caigan en el olvido. Esta lectura ética, o incluso política, es indisociable de la obra de Bolaño aunque se acostumbre a poner en cuarto o quinto plano. Para Bolaño, que había pasado por toda la militancia izquierdista revolucionaria posible, la literatura era una opción de vida ética y transformadora, como lo era para un francés de 1924 hacerse surrealista. No era una pose ni una adscripción a un gremio, por eso toleraba tan mal la literatura sistémica. Bolaño fue un infrarrealista toda su vida, y lo que no consiguió con la poesía lo intentó con la novela. Estas, y ‘2666’ entre ellas, tenían que ser mucho más que el sustento de su familia.

Esto no significa reducir la obra a la denuncia social. Dentro de los dos planos en los que se mueve la novela, el plano político corresponde a los crímenes y el asesinato de esas mujeres obreras o estudiantes mexicanas  y el plano ético es el personaje de Archimboldi. Es significativo que Bolaño empiece la novela con la parte de los críticos, cuando nada es tan alejado de la praxis bolañista como un profesor universitario de literatura, y  acabe con el escritor que huye de todo lo que rodea a la escritura y decide desaparecer para que solo quede su obra, sin posibilidad de interferencia. No hace falta demasiada perspicacia para imaginar el deseo de Bolaño de llegar a ser un Archimboldi.

La tragedia acaba repitiéndose como farsa, y todo aquello que Bolaño debía odiar en lo más profundo de su ser ha ido sucediendo sin que él, fallecido en 2003, haya podido negarse. Como decía un ex comisario de la Tate, siempre es más fácil trabajar con artistas muertos. No solo se ha convertido en un hype editorial y académico sino que se ha explotado con fruición y cada vez menos sentido literario su amplio disco duro con todo el material previo a su primera novela, y por si fuera poco su entorno personal ha acabado en los juzgados discutiendo por su vida privada y el uso de su nombre. La realidad siempre puede ser más cruel que una novela. Incluso una de Cormac McCarthy.

Roberto Bolaño, ‘2666’, Anagrama,  Barcelona,  2004