Intrusos y huéspedes

Hostes vingueren que de casa ens tragueren

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Toda literatura es también un reflejo de una raigambre colectiva, de una marca de agua que te guste o no acaba apareciendo. En el caso del refranero, es un reflejo particularmente intenso y perfilado, poético. El refrán tiene el consenso histórico de las generaciones que han venido usándolo, ya que es un género literario fundamentalmente pragmático, hecho no sólo para gustar sino para funcionar. En el caso del catalán, nuestro refranero exhibe un racionalismo fatalista que parece salido de una larga conversación sobre la vida entre Bergman y Cioran. ‘Pagant, Sant Pere canta’. ‘A la taula i al llit, al primer crit’. ‘Cornut i a sobre pagar el beure’ (este es de Ingmar), o mi preferido, ‘Qui dia pasa, any empeny’, una de las cimas literarias del nihilismo.

El de la cita (1) me venía mientras releía ‘Intrusos y huéspedes’, el libro que Magrinyà público en 2005 y su penúltimo hasta la fecha. Magrinyà juega en otra liga, diferente a la de los autores vivos consagrados, los Marías, Millás y compañía, para entendernos. No es solo un debate de calidad, hay algo más. Por eso a la crítica le resulta tan difícil de ubicar. A los que elogiaron ‘Belinda y el monstruo’, les decepcionó ‘Los dos Luises’ y no han sabido qué hacer con las siguientes. El que se enfrenta de nuevas con uno de sus libros o no le gusta porque no es una novela ‘como dios manda’ o le parece algo curiosamente interesante pero extranjero; suena bien, pero no sé de qué está hablando. Como una instalación de arte contemporáneo (2).

‘Intrusos y huéspedes’ es la segunda novela de Magrinyà. Novela porque, como democracia, es el género que menos rechazo provoca con un libro así. Si fuéramos mas post, que no es el caso, lo llamaríamos artefacto. De hecho, ‘Intrusos y huéspedes’ es un diario. El protagonista es un actor de éxito, dimitido de su profesión, al que se le instala en casa el hijo adolescente que vuelve de vivir con su madre en el extranjero. Poco después, los amigos del hijo empiezan a frecuentar la casa.

El diario del narrador está dividido en dos épocas y entre ellas hay una introducción a la segunda parte escrita a posteriori  que funciona de bisagra entre ambas. La primera parte del diario es el testimonio de un descenso a los infiernos de la depresión. La segunda acontece una vez superada la enfermedad y es una especie de ‘Breaking Bad’ a la madrileña.

En su autobiografía ‘Linterna mágica’, Bergman explica un encuentro con uno de sus hijos a los que ha visto en ocasiones que se pueden contar con los dedos de una mano, para el entierro de su madre y ex mujer. Están cara a cara, Bergman intenta tener una conversación ‘de acercamiento’ y el hijo, ya adulto, le viene a decir que no hace falta que se esfuerce, con lo que Bergman se da cuenta (menos mal) que el tipo que tiene delante le es tan ajeno como los que se acaba de cruzar en la calle. La novela empieza con una idea similar. Cómo un padre y un hijo que llevan años sin verse pueden reconstruir una convivencia familiar. A la casuística típica de la paternidad se añade, o agrava, el hecho que la propia vida del narrador esta hundiéndose, con o sin el hijo, por o sin su culpa. Más bien se hunde y punto.

Aquí aparece otra referencia bergmaniana, la de Alma – Liv Ulman en ‘Persona’. Alma es una actriz de éxito que en plena representación de ‘Fedra’ decide callar y no volver a hablar. Hay una caída en la angustia a lo Kierkegaard y se encierra en su cascarón, renunciando al mundo. Esa caída es similar en ‘Intrusos y huéspedes’ y domina toda la primera parte. Con los añadidos del hijo, de los ansiolíticos y de los comentarios al pseudo Shakespeare que el protagonista está analizando en sus clases de teatro, el ‘Gualterio’.

Toda esa primera parte es una obra maestra de la psicopatología literaria, en este caso la depresión,  al nivel de lo que hace Sabato con la paranoia. En la segunda parte, como si se tratara del segundo acto de una obra de teatro, el escenario ha cambiado, aunque la escenografía sigue siendo la misma. El narrador ha salido de su pozo depresivo y ahora ya no está el hijo, que se ha ido a estudiar a Edimburgo, pero siguen sus amigos, una pandilla de adolescentes entre los que destaca Giles, un albino superdotado (como en ‘Curso de Librería’) y Samantha, una doctoranda en Química que quiere llevar a cabo un proyecto de éxtasis somático. Encontrar la droga perfecta. El protagonista ofrece su casa como laboratorio y se ponen manos a la obra.

Magrinyà acostumbra a plantear estructuras duales en sus libros. En los cuentos o en ‘Los dos Luises’ ese dualismo es personal, entre caracteres complementarios o opuestos. Aquí el dualismo está en la propia obra. Las dos partes del diario se entienden como contrapunto de ambas. No solo por el estado afectivo del protagonista. También por su relación con el mundo, sobretodo con los individuos que tiene a su alrededor que de extranjeros pasan a camaradas, o de intrusos a huéspedes

Lo importante es que en aquel momento fue como si recuperase mi casa (…) Pero en un coletazo de insólita energía le dije que después de haber oído tres veces la palabra ‘vergüenza’ no quería volverla a oír nunca más. Al domingo siguiente, los chicos me trataban de otro modo, como huéspedes y no como intrusos (p 188)

Este cambio se refleja perfectamente en la evolución del concepto ‘familia’ de la primera a la segunda parte. En la primera, la familia es la biológica y supone unas cargas y las relaciones son tirantes y cargadas de formalismos. En la segunda, la familia se abre a las relaciones libremente aceptadas y desarrolladas, unos amigos con los que a priori el protagonista no tiene nada en común pero que acaban encajando mucho mejor que quien se suponía.

Aquí hace de comodín la figura del hijo, elemento central que le aporta al narrador un sustento vital mucho mayor que el que le ofrece su propia vida. Cuando se supone que es el padre quien debe cuidar al hijo, es el hijo el que ayuda a salvar al padre. Con o sin su presencia física. Un agarradero emocional. And last, but not least, la química. La relación que el narrador establece con ella es completamente opuesta de la primera a la segunda parte, y es un buen ejemplo de su cambio de relación con el mundo que le rodea.

Después, como siempre en Magrinyà, hay un virtuosismo estilístico que sólo por ello ya merece la pena la lectura. A una precisión descriptiva de la brillantez habitual, en ‘Intrusos y huéspedes’ se le añade el factor o método ‘diario’. El diario le permite ejemplificar una estructura temporal cronológica pero discontinua. Esos vacíos marcan mejor las cargas de profundidad y la destreza analítica del autor. También el diario, e incluso la bisagra entre ambas partes, juegan bien en el campo de la reconstrucción narrativa que el protagonista hace sobre su propia experiencia. El tema es ir lo más lejos posible del naturalismo sin convertirse en algo frio y distante. Como decía Baron Biza, cuando hablo de mí mismo es cuando más tiendo a equivocarme, y en esa certeza se mueve la propia experiencia narrativa del que intenta entenderse a sí mismo a través de la plasmación de su vida en un texto escrito, aun a sabiendas de que siempre se le quedará algo por el camino.

Yo no tengo ganas de contar ‘lo que ha sido de mi’: con un poco de práctica, y si consigo articularlo, tendré ganas de contar ‘lo que soy’. Pero de momento, estoy aun en una fase de silencio’ (p 97)

1: En castellano, ‘Huéspedes vinieron que de casa nos sacaron’. En catalán tiene un sentido negativo, tipo ‘cría cuervos, que te sacaran los ojos’, pero en la novela ese sacar de casa es más positivo que negativo.

2: Y no irían muy desencaminados. Magrinyà colgó una obra de video en YouTube https://www.youtube.com/watch?v=FUxZA_BoG6g  como complemento a su último libro, ‘Habitación doble’ que refuerza esa idea de instalación. En ‘Intrusos y huéspedes’, la instalación está en el título.

Luis Magrinyà, Intrusos y huéspedes, Barcelona, 2005, Anagrama

Belinda y el monstruo

‘He escrito un libro contra la indignidad amorosa,  orientado por la observación de que cada vez que surge un conflicto entre amantes desiguales, el amor se retira de la escena’ (L. Magrinyà)

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‘Es el último benetiano’ (J. Calvo). ‘Es un dinamitero’ (J. Herralde). ‘En España, nadie escribe como él’. (I. Echevarría). ¿Es un pájaro? ¿Es un avión?.

Magrinyà tiene cinco libros publicados. ‘Los aéreos’ (1993) y ‘Belinda y el monstruo’ (1995), publicados originalmente en Debate y recopilados en ‘Cuentos de los 90’, (Caballo de Troya, 2011), y  ‘Los dos Luises’ (2000), ‘Intrusos y huéspedes’ (2005) y ‘Habitación doble’ (2010), en Anagrama. Lo más reciente que tiene es un libro de sintaxis, ‘Estilo rico, estilo pobre’ (Debate, 2015), donde reúne y amplia los artículos que publicaba en ‘El País’ bajo el epíteto L&L (lengua y literatura).

Hace algún tiempo escribí que ‘Los dos Luises’ era el que más me gustaba. Después de la última relectura general, el pódium de honor estaría ocupado ex aequo por ‘Belinda y el monstruo’  e  ‘Intrusos y huéspedes’, una locura maravillosa. ‘Belinda…’ es Magrinyà en estado puro.  Son seis cuentos largos, o novelas cortas, que giran alrededor de un tema concéntrico. Una persona que se enamora de quien no debía. Alguien que, a priori disponiendo de una gama de posibilidades sentimentales lo suficientemente amplia para intentar ser feliz, escoge lo erróneo, lo complicado, lo tortuoso, y, pese a ello, se mantiene en ese error, aceptando sus consecuencias.  Como aquello que decía Hitchcock, una idea genial: chico conoce a chica. O al revés. Pero, claro, lo importante, lo que hace interesante esta y otras literaturas, es lo profundo y lo bien que caves el terreno, y aquí se cava muy bien.

Fassbinder tenía la teoría, ampliamente expuesta en su filmografía, que toda relación sentimental es una relación de dominación en la que el que más ama es el que más sufre. En las historias de ‘Belinda…’ más que una relación amo-esclavo hay una relación de fascinación entre el protagonista y su par en la que el primero combina la determinación con la irracionalidad. Lo que fascina al narrador no es la crueldad de la relación amorosa desigual, sino el asombro por los retorcidos caminos que pueden llegar a tomarse partiendo del amor.

A Magrinyà le dirías ¡escribe!, de lo que sea, pero escribe. Por el simple placer de leer un artefacto  tan bien compuesto, tan redondo. ‘Belinda…’ tendría que ser estudiado en los talleres de escritura como ejemplo de adjetivación. Es el rey del adjetivo. Una especia peligrosa, pues puede potenciar el sustantivo o empachar la frase entera. Él encuentra la dosis justa, la pareja perfecta, y se luce una y otra vez.

A esto se une la facilidad del autor para la sentencia definitiva, que convierte el libro en un festival de puntería, donde cada dos por tres hay un dardo-frase en la diana-lector. Por ejemplo:

‘Sus Altezas se comportaron por una vez como verdaderos padres: vieron sólo lo que quisieron ver’

‘Allí el barro era barro, y no materia moldeable para una condecoración’.

‘Los inteligentes…; su estupidez se justificaba como timidez, aunque no escondía otra cosa que soberbia, y en sus nombres, más vulgares, solía repetirse la p; todos decían trabajar mucho y de manera desquiciada y a la menor oportunidad esgrimían sin cambiar de color algo en forma de artículo, premio o doctorado, para que nadie sospechase, como sospechaba, que más bien no hacían nada.’

Y así todo el rato. Normalmente, un Escritor, tiene libros muy buenos y otros no tanto. Casavella publicó seis novelas, cuatro magnificas y dos que no lo eran. Podemos seleccionar. Con Magrinyà tengo la sensación de que no. Hay que leerlo entero. Si es del tirón, mejor. Aunque él mismo recomiende Almax. Empezar por el primer cuento de ‘Los aéreos’ y  acabar por el último capítulo de ‘Habitación doble’. No porque se trate de una saga, al contrario. Lo único que tienen en común todas las historias es la mano que hilvana la aguja de tejer. Pero en conjunto se entiende mejor el aire de familia común a todas ellas. Como las piezas de un puzle, o las etapas de un pintor vanguardista, la visión comprensiva resulta más fácil desde el conjunto que desde el individuo.

No es un tema de complicación narrativa. Magrinyà no es un autor críptico o retorcido, que exija complicadas investigaciones exegéticas a los lectores, una minoría de exclusivos adeptos. Lo complejo, y lo interesante, de Magrinyà es que las posibilidades, y el vacío, se abren no en la propia lectura, sino cuando tras la última línea, uno se pregunta, ‘bueno, y todo esto, ¿por qué?’. Así, volviendo sobre lo escrito, uno entiende algo que escribió  algún teórico del arte contemporáneo, no recuerdo cual, en un momento de lucidez. El arte sólo sabe hablar de sí mismo, una y otra vez.

Luis Magrinyà, ‘Belinda y el monstruo’, Barcelona, 2006, Random House Mondadori