Elevación, elegancia y entusiasmo

‘Cuando uno cuenta una historia y sabe hacerlo, necesita volver a delimitar fronteras, levantar planos y volver a nombrar, sobre todo, nombrar para que una ficción nueva, más rigurosa, compita con esa otra ficción laxa y llena de espinas que desde siempre el poder y la desidia hacen pasar por verdad, la novela contra la estafa’ (1)

La muerte de Francisco Casavella en diciembre de 2008 cerró los proyectos de libros que tenía entre manos; una novela, la continuación de la historia de Fernando Atienza, el protagonista de ‘El día del Watusi’, y dos ensayos, uno sobre música y religión y otro sobre literatura y paranoia (2). Afortunadamente, los herederos de Casavella no han ejercido el modelo Bolaño de expolio y saqueo del archivo del autor. Tampoco las cifras de las ofertas, si las ha habido, se han debido mover en los números de lo que han pagado por las de Bolaño. Lo cierto es que las ediciones post mortem del genial escritor barcelonés han sido discretas, incluso ausentes, hasta la reedición de ‘El día del Watusi’ en Anagrama (2015). Le siguió ‘El triunfo’, ya replicada en 1997 por la misma editorial, y ‘El secreto de las fiestas’. Si a ello le sumamos la publicación original también en 1997 de ‘Un enano español se suicida en Las Vegas’, tenemos la tetralogía de las grandes novelas de Casavella, aunque la presente editora de Anagrama defienda ‘Lo que sé de los vampiros’ a capa y espada, pero no la reedite. A ‘Quédate’, la pobre, no la defiende nadie. Solo el propio Casavella, que decía quererla igual ‘como a un hijo tonto’.

En 2009, pocos meses después del deceso, se publicó la compilación de una extensa selección de los artículos que Casavella había ido publicando prácticamente desde sus inicios, antes incluso de su debut en 1990. Aunque visto fuera de contexto pueda parecer oportunista, la compilación que Casavella tituló ‘Elevación, elegancia y entusiasmo’ si que merece figurar entre sus obras mayores. Primero, porque el propio Casavella participó y aprobó  su edición y segundo porque no es para nada una obra menor, ni en género ni en calidad literaria. Son casi mil páginas, con aproximadamente un tercio dedicadas exclusivamente a la crítica literaria y en las que Casavella demuestra repetidamente estar muy por encima de la inmensa mayoría de sus colegas, ya entonces y ahora ni digamos. El lector que acceda a esta obra encontrará multitud de referentes en los que escoger sus preferidos. Desde resúmenes magistrales sobre teoría de la novela, disecciones de bastantes de los grandes autores contemporáneos, críticas devastadoras como la que le dedica a ‘El código da Vinci’ o pequeñas obras maestras del sarcasmo como el articulo sobre Abba.

Pero sobre todo y fundamentalmente, cuando Casavella ejerce de crítico literario habla de LIBROS. Puede parecer una obviedad, pero no. Hay una extensa tendencia entre aquellos (normalmente también escritores) articulistas de suplemento literario a convertir sus escritos en reflexiones egocéntricas sobre ‘mi vida de escritor’, lo mucho que sufren y las variadas penas que su dedicación a la literatura les conlleva. Una obsesión por la sociología literaria que convierte el conjunto en una versión ‘de luxe’ de las revistas del corazón. Cada vez que leo otro columnista malgastando su espacio en explicar la vida de pareja del escritor, lo mal pagados que están, lo cansino que les resulta que les pregunten siempre lo mismo en las entrevistas, etc… no puedo entender que, teniendo el tema más amplio del mundo, que es la propia historia de la literatura, y considerando que, como escritores con obra publicada, debe resultarles de cierto interés, se dediquen a hablar de su vida. Bueno, sí. Porque tienen un ego que no pasa por la puerta. Aún así, si tanto les preocupa el dinero y la fama, que acaba siendo el tema del 80% de lo que escriben, lo incomprensible es que hayan dedicado sus vidas y esfuerzos (que no talentos) a la literatura. Les hubiera resultado mucho más práctico intentar ser cantantes o influencers.

No era el caso de Casavella, que apenas habla de sí mismo y su circunstancia para dedicarse de lleno a lo que le gusta; la literatura, todos aquellos libros y autores que ha disfrutado y que le han influido. Y aquí si que podemos sacar una buena foto de conjunto del canon casavelliano. Básicamente, los grandes escritores americanos de la segunda mitad del XX: Saul Bellow (el primero), Norman Mailer, Cynthia Ozick, Philip Roth, Cormac McCarthy, Raymond Carver. Los anglosajones, a continuación, J.M Coetzee, Hanif Kureishi; John Fowles, entre otros. Muy pocos españoles; Francisco García Hortelano, Juan Marsé y poco más.

Casavella escribe un artículo sobre Carver, ‘Antología del ángel’, publicado a raíz de otra de las obras post mortem del americano, en la que rascaban sus últimos textos publicables. Propone sobrepasar el tópico carveriano: dirty realism, el desastre del sujeto de clase media americana y ‘Catedral’ como obra cumbre. Casavella se fija en un cuento sobre la muerte de Chejov, ‘Tres rosas amarillas’ y lo centra en lo simbólico, en este caso la botella de champaña de la que teóricamente Chejov bebió su última copa

‘… el símbolo que para Carver era la etérea matriz de todo relato breve: el mundo volviéndose humo. Aprehender lo inaprensible

No tengo ninguna duda sobre la maestría en el relato breve de Carver (3), muy por encima de otros referentes del cuento americano contemporáneo como John Cheever o Lucia Berlin. Y todos identificaremos la raíz de su versión del realismo, con los adjetivos que sean, en la mucho más extensa obra de Chejov. También en Chejov el simbolismo es muy presente, sobre todo en el último Chejov, el que más le gustaba a Nabokov, que escogía para comentar en sus clases ‘La dama del perrito’ o ‘El pabellón nº 6’. Pero lo que hace único a Carver es por un lado lo efectivo que resulta con una muy reducida economía de medios. La prosa de Carver es tremendamente sintética, esquelética. El narrador apenas existe, y los personajes parecen sacados de películas de Aki Kaürismaki. Esto le permite centrar el cuento en dos claves, la verbal o un recurso que distorsiona el medio y la dramática, habitualmente el fracaso de la comunicación entre los propios personajes. Ejemplos magníficos de esta lógica carveriana pueden ser ‘Gordo’ o ‘Parece una tontería’. Y después la frialdad, claro. Con o sin violencia, la gélida lógica interpersonal del mundo que le rodea.

Otra de las reseñas que Casavella aprovecha para hablar tanto del libro como del tema, común a lo que ha leído y a sus obras, es ‘Detener el tiempo’, sobre un libro que publicó Anagrama hace bastante, ‘Como detener el tiempo. La heroína de la A a la Z’, de Ann Marlowe. El libro son las interesantes memorias de la autora, asociadas a su experiencia y adicción a la heroína en un contexto de ‘los años del grunge’ en el Nueva York de los noventa. Además de servir para el título de una de las mejores canciones de Nacho Vegas, se aleja del tópico de la literatura yonki. De hecho, en una entrevista promocional la autora explicaba que dejó definitivamente la heroína cuando se enamoró de su pareja, a lo que el periodista le preguntó si había cambiado la droga por el amor: ‘No. Obsesión por obsesión.’. Casavella destaca dos cosas; una, que por muy analizada que resulta la experiencia de Marlowe, la ausencia del desastre que comporta la adicción se le acaba antojando como una cana al aire de la autora. La otra es una reflexión más global sobre las drogas y el adicto

Por muy intima que haya sido la relación con la sustancia, si se puede hablar en esos términos, cualquier droga es una mera substancia que se ‘encarnará’ en la psicología del consumidor y en el medio en el que este desarrollará su adicción. Como siempre, los equivalentes espirituales que consoliden la vida de una persona sobre la fortísima presencia de la droga serán los que hagan de su experiencia un alivio, una evasión, una pesadilla, una ruina o una condena a muerte’.

1.’La Barcelona de Marsé’, p.274. Con esto tendría que bastar para zanjar películas sobre el Marsé mestizo, españolista, o cualquier adjetivo que se les ocurra a los aburridos de turno.

2.’La letra de la bestia’, p.261. Ejemplo de como ha de ser un prólogo, publicado originalmente como tal en una edición de ‘Abbadon el exterminador’ en una colección de clásicos de bolsillo del diario ‘El mundo’

3.No para todos. Harold Bloom escribía que ‘quizás, entre todos, lo hemos sobrevalorado’ (a Carver)

Francisco Casavella, ‘Elevación, elegancia y entusiasmo’, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2009