Envejece un perro tras los cristales

¿Oficio? Adorador de sí mismo

Toni Sala es uno de los mejores escritores de la literatura catalana actual. Su último libro publicado es ‘Una familia’ (1). Estoy convencido de sus virtudes, ahora mismo Sala haría algo brillante con la receta de un huevo frito, pero no lo he leído ni lo leeré; a alguien que es capaz de escribir ‘Persecució’ le pido mucho más que la historia de su vida o la de su familia más o menos tuneada, que es lo que escriben el noventa por ciento de los escritores actuales.

Para hablar de uno mismo con interés literario hay que ser brillante o kamikaze. Brillantes, como Proust, hay poquísimos.  Autores explícitos hasta el punto de convertir la literatura en una batalla contra sí mismos los hay y los ha habido. Algunos de ellos titularon sus principales obras ‘Mi lucha’, como Knausgård o Hitler, con resultados desiguales. Pero uno de los que ha logrado un mejor resultado en esa batalla ha sido un escritor de novelas (tiene trece) como Horacio Castellanos Moya.

Castellanos Moya explica que en los ratos muertos o improductivos para la ficción toma notas en unos diarios, que va acumulando. En 2019 publicó los extractos de dos de esos cuadernos, el de Tokio y el de Iowa, bajo el muy explicito título de ‘Envejece un perro tras los cristales’. El de Tokio viene a raíz de una estadía becada en la capital japonesa de seis meses. Desorientado, ajeno como todo occidental en esa coyuntura, Castellanos Moya va sacando apuntes de sus encuentros cotidianos, con el país, con los cuervos y sobretodo con las japonesas, a las que desea e intenta seducir con resultados aparentemente nulos. El de Iowa es parte de otra estadía más prolongada, como profesor de literatura creativa en la Universidad de Iowa. Si en Tokio predomina el exterior, aquí la mirada gira más hacia dentro. Pese a que el propio inicio es tan o más chocante: ‘La idea que tienes es contar en como te has convertido en lo que te has convertido. Ir de delante para atrás: como te convertiste en profesor de escritura creativa, cuando considerabas que tratar de enseñar a escribir literatura era una tontería; como terminaste viviendo en Estados Unidos, un país que antes despreciabas. Esa es la idea’

Pues no. El texto que acaba resultando del cuaderno de Iowa es un conjunto de 413 fragmentos en los que Castellanos Moya se enfrenta a sí mismo, a través de la literatura y de su propio papel como escritor, con una violencia literaria explícita, muy explícita. Hay más sangre en esos diarios que en todas la balaceras juntas de sus novelas, aunque aquí las balas van todas en una misma dirección. Los apuntes van mezclando a lo largo del libro la primera, segunda y tercera persona, pero cuando saca esa mirada cruel, descarnada, de si mismo lo hace en segunda persona: ‘‘Escribes para lucirte, que no se te olvide’

Hay tres lecturas que convierten los diarios en obras literarias extremadamente interesantes. La lectura del autor sobre sus placeres primarios, en el enfoque de una vejez cada vez más presente. El cuerpo, el sexo, planea por todo el libro, con unas intenciones de continencia que el mismo sabe inútiles, cuando la presencia del deseo se materialice y se obsesione de nuevo. Pero lo que antes veía natural ahora empieza a verlo como un anacronismo, como un viejo verde haciendo el ridículo. Pero si es así, si hay que renunciar a ello en base a no sabemos bien qué otro beneficio, que sentido le sigue dando la vida; ‘Perder la ilusión del placer puede ser mortal. Sin sexo, sin alcohol, sin alabanzas, ¿qué sentido tendría tu vida?

Los otros dos niveles tienen que ver con el escritor y con la recepción de su obra. Como escritor le obsesiona, más que los engranajes de la literatura o su función creativa, su propia realización. No se esconde tras la humildad. El asume completamente su ego como motor de su función literaria, y sus obras como algo que por mucho peso que le eche encima siempre quedaran lejos de los clásicos, como cuando duda de si buscando ‘la gran obra’ o mejorando técnicamente con la experiencia se aleja de ‘la autenticidad’, de la literatura pura, brillante.

Hay un apunte demoledor sobre el escritor, cuando recibe el cheque anual de los royalties para constatar que la literatura no le va a sacar de pobre una vez más: ‘Confirmas que apenas se venden, que a muy pocos les interesa lo que haces, que en tu caso es una actividad casi inútil desde la perspectiva económica, que solo los diablos, tu ansiedad o una ambición estúpida te mantienen en la senda’. Diablos, ansiedad o ambición estúpida. No nos une el amor, sino el espanto.

Aunque pueda parecer pornográfico, tiene poco que ver con una versión literaria de las miserias humanas al uso. Al revés, hay un pudor en explicar algo que no sea él mismo y su propia literatura. Apenas salen personajes, las japonesas sin nombre desaparecen, y solo en un momento habla de su familia nombrando una visita de su hija. Si, en cambio, aparecen dos personajes literarios. Su editor de Tusquets, Toni López Lamadrid, nombrado por su fallecimiento: ‘Decía que mi problema es que carezco de país, porque en términos literarios y de mercado mi país no existe. Aun así, me apoyó. Ya vendrán las ventas, decía, con su sonrisota franca’. El otro personaje literario que sobrevuela los diarios es Roberto Bolaño. Se conocieron, se trataron y se leyeron en vida. Con más devoción de Castellanos Moya hacia Bolaño que al revés, aunque tampoco le disgustaba. Castellanos Moya tuvo un papel involuntario y central en ‘2666’, pues durante la redacción de está, era a través del diario que por entonces dirigía en el DF que Bolaño se iba documentando sobre los feminicidios de Ciudad Juárez (‘El tipo era muy pesado. Pero mucho.’). ‘Los detectives salvajes’ forma parte del temario de las clases de Castellanos Moya en Iowa, y su trabajo le va apareciendo intermitente también en los diarios. Ambos comparten la tradición literaria latinoamericana (Rulfo, Borges, Cortázar, …) y esa condición de apátrida. En el caso del salvadoreño, más por circunstancias históricas que le han llevado a un exilio constante, acabado en este caso en ese país que de joven despreciaba. Bolaño es un ejemplo, para él y para otros, porque sale de la nada, porque pervive y porque triunfa, aunque sea después de muerto ‘En el fondo odiamos a Bolaño, como se odia al contemporáneo que deja al desnudo nuestra pequeñez’.

Leyendo estos diarios, uno acaba con la imagen de alguien al volante de un coche, buscando desesperadamente una salida de la autopista sin hallarla, ni poder parar. Y a la vez preguntándose a si mismo por el sentido del viaje que esta haciendo. ‘La lucidez corroe, paraliza. Es preferible el entusiasmo, la fuerza, la ilusión’. Ojalá los autores que optan por sendas parecidas tuvieran la mitad de la lucidez que tiene Castellanos Moya y a la que pretende renunciar.

1: Toni Sala, ‘Una familia’, Barcelona, 2021, L’altra. Hay edición de ‘Persecució’ en castellano; Toni Sala, ‘Persecución’, Madrid, 2023, Trota Libros