Las aventuras de Augie March

‘La gente me ha enseñado logros, títulos y patentes, pruebas de haber cruzado el infierno y el paraíso, muestras sacadas de sus descubrimientos, con todo lo cual, en especial las mujeres, me han demostrado mi ignorancia’

Existe el consenso entre los Bellowianos de que ‘Las aventuras de Augie March’ (de aquí en adelante, Augie March) no es la mejor novela de Saul Bellow. No tanto de una forma expresa sino por eliminación, el premio suele recaer en ‘El legado Von Humboldt’, su novela de 1975 y predecesora directa del Nobel recibido en 1976. Incluso Bloom, que sitúa a Bellow en lo mejor del siglo XX, decía seguir esperando la que tenía que ser la mejor novela de Bellow y que lógicamente quedo por escribir y publicar.

Esto no desmerece las virtudes de una novela como Augie March, ni mucho menos. Primero porque cuesta menoscabar alguna de las novelas de Bellow, alguien que por el conjunto de su obra merece de sobras figurar en la lista de los diez mejores escritores del siglo XX. Un poco de Bellow es muchísimo del resto.

También se da el consenso en situar Augie March en el trio de obras maestras que encabeza su bibliografía, junto a la citada ‘El legado Von Humboldt’ y ‘Herzog’, publicada entre ambas. Lo notorio de Augie March es que resulta la primera en llegar, la que cambia su forma de escribir (la suya y la de los muchos que seguirán el camino) y que aun así, tiene poco que ver con el Bellow maduro de Herzog, Citrine y demás intelectuales judíos divorciados que protagonizaran el resto de sus novelas.

Augie March es una novela enorme, desmedida. No tanto por tamaño, sobre las seiscientas páginas, sino porque la cantidad de información desborda ampliamente el tamaño de un foco realmente minúsculo. Las aventuras de Augie, el protagonista, un chaval judío del Chicago de los años veinte, se reducen a los diferentes trabajos y parejas en las que irá saltando y la relación con su familia y amigos, especialmente con su hermano mayor Simon, que actúa de contrapunto personal del protagonista. Y ni esto resulta especialmente original o sorprendente. Augie acumula trabajos malos o peores, de donde sale invariablemente tan o más pobre de como entró. Con las mujeres tiene buen inicio, se le supone resultón, pero también escoge mal, o se enamora de quien no debe, o su pareja acaba resultando una neurótica insoportable.

Las aventuras, su vida, que en la novela le llevaran hasta entrados los años cuarenta, se pueden resumir como un listado interminable de fracasos. Y en ello tiene bastante culpa el propio Augie. Por una parte, Augie, como la mayoría de los protagonistas masculinos de Bellow, oscila entre la ingenuidad y la tontería. Le cuesta desprenderse del lirio aun en situaciones y personas en las que todo apunta al desastre. Por otra, tiene un código moral estricto, que le lleva a rechazar propuestas que le blindan el futuro para dejarse caer en otras que le abren un precipicio bajo sus pies. Una de las pocas constantes de la novela es la rara capacidad de su protagonista para siempre escoger alguna de las peores opciones que se le presentan.

Estos ‘golpes que le da la vida’, unidos al carácter fundamental de Augie March como Bildungsroman, han llevado a calificarla de novela picaresca, cuando la verdad es que a Augie le falta mala leche y le sobra ingenuidad para protagonizar una novela de dicho género.

Pese a todo, Augie no puede evitar caernos bien. Bellow es un maestro de la distracción, y aunque ponga a sus protagonistas en lo más alto de la novela (desde el título) juega varias manos a la vez, con lo que aquel que espere un héroe o antihéroe al uso, quedara decepcionado (como Bloom, que prefería a los secundarios), al igual que el que lea la novela en clave histórica. La intención de Bellow es pintar una obra mucho mayor a partir de mil detalles. A Augie no le pasa nada mucho más allá de lo que nos pasa al resto de los mortales; familia, trabajo y parejas. Es solo a partir de la mano maestra de un escritor que aquí empieza a demostrar el genio en el trazo y especialmente en el verbo, a través del cual, proyecta un enorme caudal de conocimiento acumulado, el principal de ellos su tradición judío-americana. Hasta tal nivel, que a partir de Augie March, el propio Bellow se parodiará a sí mismo como un ejemplar prototípico de lo que espera la cultura americana del siglo XX para un intelectual como él, caricaturizado en sus siguientes protagonistas, como el Moses Herzog de ‘Herzog’.

Esta nueva tradición que Bellow está fundando con Augie March, y que seguirán y siguen tantos otros escritores americanos, aunque poquísimos del nivel de Bellow, Torné la achaca (1) a una continuación ‘a la americana’ de la tradición de gran novela rusa del diecinueve, y es cierto que hay mucho de Dostoievski en las novelas que seguirán a Augie March, no tanto en esta, que sería más Gogol. Por eso, por única, es por lo que merece seguir leyendo Augie March.

Pese a la traducción. El propio Torné señala que la novela ‘…apenas puede leerse en castellano, enmascarada por su peculiar traducción’, y en efecto el lector que no pueda o quiera recurrir a la versión original tendrá que hacer un acto de fe. Frecuentemente nos acompañará la idea a lo largo de la lectura de no saber si el autor se empeñó en escribir algo innecesariamente retorcido o los traductores al castellano quisieron demostrar que los genios eran ellos y no Bellow. A Augie no le pegan, le aporrean, no toma una taza sino una jícara y sus problemas no son difíciles, sino ríspidos. Frases enteras resultan tan forzadas como ‘Con frecuencia sentía la gente que el mundo me debía miramiento, por aquel entonces’ o ‘Pero en este juego no pensaba jugar yo de intermediario’ que me llevan a pensar a alguien del norte de Europa que para aprender a hablar en castellano ha memorizado el diccionario.

Que la novela sobreviva a tamaña prueba solo habla bien de ella, a la vez que confirma lo que Ricard San Vicente decía sobre las novelas rusas del diecinueve; son tan buenas que ni una mala traducción consigue empeorarlas.   

1: Gonzalo Torné, ‘Tres maestros: Bellow, Naipul, Marías.’, Barcelona, 2012, Debate

Saul Bellow, ‘Las aventuras de Augie March‘ Barcelona, 2016, Debolsillo

L'erosió

‘Tinc la certesa que algun dia ens arribarem a conèixer, de manera tàcita, tots els lectors de Macedonio Fernández: és només qüestió de temps’ 

‘(…) Vaig caminar durant un quart de milla per les Fondamente Nuove, una petita taca en moviment en aquella aquarel·la gegantina, i vaig tombar a la dreta on hi ha l’hospital de Giovanni e Paolo. El dia era càlid, assolellat, i el cel, blau: tot encisador. I d’esquena a les Fondamente i a San Michele, arrambat a la paret de l’hospital, gairebé fregant-la amb l’espatlla esquerra i aclucant els ulls pel sol, de sobte em vaig adonar que era un gat. Un gat que acaba de menjar-se un peix. Hauria miolat a qualsevol que se m’hagués adreçat en aquell moment. Era absolutament, bestialment feliç. Dotze hores després, es clar, havent aterrat a Nova York, vaig topar amb el pitjor tràngol de la meva vida -o el que aleshores m’ho va semblar. Però el gat continuava dins meu i si no hagués estat per aquell gat ara m’enfilaria per les parets d’alguna caríssima institució

A Brodsky el van convidar a marxar de la URSS i del seu estimat Piter el 1972. Poc després, un hivern va anar a Venècia i hi va tornar cada any, els vint-i-cinc anys següents. La memòria d’aquells anys va quedar a ‘La marca de l’aigua. Apunts venecians’ una de les seves poques obres en prosa i potser la més brillant. Una memòria gens extensiva, depurada, transparent i brillant com el reflex de l’aigua dels canals venecians que tant el fascinava.

Antoni Martí va fer dos viatges a Buenos Aires, al 1996 i 1998, i ‘L’erosió’ és la memòria d’aquelles estades a l’Argentina. Martí és professor de Literatura Comparada a la Universitat de Barcelona – de fet, va ser professor meu. El conviden a fer unes conferencies i decideix exiliar-se voluntària i temporalment (1) de Barcelona. Un cop allà, queda fascinat per la ciutat i la seva memòria viva com a seu de múltiples viatgers i exiliats literaris (o no) que van i venen per les pàgines del llibre.

‘L’erosió’ es un llibre heterogeni i heterodox, barreja ordenada de gèneres i memòries. Llibre de viatges, assaig literari i dietari personal, no té res a veure amb les novel·les del desarrelament deluxe ni amb els egotrips pseudorealistes, subgèneres actuals de molt èxit i minsa qualitat literària. L’autor té tres obsessions; els trens, els Cafès (amb majúscula, les cafeteries) i els llibres. A partir de tots tres llegirà la història i la geografia de la ciutat, de Buenos Aires, i des de tots tres tornarà a la memòria dels escriptors que hi han viscut, que al segle XX van ser uns quants. Trobarem molt Gómez de la Serna, molt Pla, molt Gombrowicz, bastant Macedonio y una mica de Borges, Cortázar y les Ocampo. Hi podrien sortir molts més, com nomena l’autor mentre explica la història de la lectora de conte de Cortázar al subte. També jo hi pensava que mentre ell descobria Buenos Aires, aquelles mateixes dates Jorge Barón Biza decidia publicar d’una vegada ‘El desierto y su semilla’ i potser en una taula de la redacció de Página/12, Salvador Benesdra esgarrapava hores per acabar algun capítol de ‘El traductor’.   Però per més interesants que puguin ser les reflexions literàries (2) o urbanístiques de l’autor, el nucli de llibre és la experiència memorística personal.

A ‘La cinquena planta’, de Baixauli, un personatge li pregunta al narrador: ‘¿El seu llibre és autobiogràfic?’ i aquest li contesta ‘¿És que pot ser d’una altra manera?’. Morrissey porta quaranta anys escrivint lletres de cançons. Totes, des del primer single de The Smiths fins la que ha tret abans d’ahir, tenen el mateix tema: Morrissey. ¿Egocentrisme?. No. Bé, si, estem parlant d’algú que te un pòster seu de dos per dos al seu dormitori. Però ell parla del que sap i de què li interessa per escriure. Ell, i la seva vida. El tema és fer-ho prou interessant per al lector. Com deia Joan Francesc Mira en la presentació del seu nou llibre de memòries, el que ha passat no és tan important. És com ho escrius. I encara que parlem de Buenos Aires o Barcelona, de Pla o Baixauli,  en el fons estem parlant de nosaltres mateixos.

És en aquest fons on surten els diamants de ‘L’erosió’. En moments com la història de la nena i el birome, o la inscripció per correu a una Sur que fa vint anys que va tancar. Quelcom semblant al que passa a un altre dietari també d’alt nivell literari, ‘Un estiu’, d’en Parcerisas, quan l’autor parla de l’ultima abraçada amb en Vallcorba o de la seva mare malalta.

Això a nivell micro. A nivell macro, en una altra de les moltes lectures possibles del llibre, el que hi ha és una declaració d’amor a Buenos Aires i tot un exercici pràctic amb forma literària de la relació contemporània entre subjecte i ciutat. Martí és nòmada i molt crític amb l’esdevenir de la ciutat-capital. Defuig la homogeneïtzació dels espais públics com adaptació als hàbits de consum postmoderns i el turisme de masses i troba a Buenos Aires quelcom que a Barcelona ja s’ha perdut, materialitzat en l’espai del Cafè, un lloc on seure, llegir, treballar o només mirar passar la ciutat conservant un cert grau d’intimitat sense l’obligació del consum constant. Certament, ja no queden aquests intersticis a Barcelona, els espais de trobada han canviat, o potser les tertúlies ara es fan al grup de whatsapp. Per l’autor, com per molta d’altra gent, Barcelona ha venut la seva ànima al dimoni per un plat de llenties i posa com exemple tota la zona del Port Vell i Port Olímpic reformada arrel dels Jocs

Que els barcelonins el sovintegin només denota dues coses; d’una banda, la seva endèmica manca de caràcter, l’acceptació denigrant que la seva ciutat resulti igual per als turistes que per a ells, que els tractin com a turistes o com a figurants per al turisme. (…) D’altra, el pitjor és que tot allò que hi ha a l’altra vora de la Rambla de Mar és a Barcelona com podria ser a Tòquio, o a Lisboa, o a Paris o a Nova York o a qualsevol altra ciutat del mon: de fet, hi és’ (p. 57)

No és aquest el lloc on discutir sobre Barcelona i el turisme. Tanmateix, la relació de l’autor amb la ciutat i la meva son ben diferents. Ell té relacions de parella amb les ciutats; les estima o les odia apassionadament, s’hi buida, i no pot ignorar tot allò que li fa basarda, igual que pateix d’allunyar-se quan s’hi troba feliç, com Brodsky a Venècia. La meva relació amb Barcelona és paternal. Me l’estimo, amb les seves virtuts i defectes, com t’estimes una mare o un fill, perquè és el teu i no el de ningú altre. De vegades el mataries i de vegades l’ompliries a petons, però amb contenció, perquè tots som humans i l’excés o la carència d’afecte amb qui forma part de tu més tard o més d’hora s’acaba girant en contra teva. I això nostre, el que tenim Barcelona i jo, és una relació de llarga durada. Digues-li manca de caràcter, digues-li paciència.

1: ‘M’adono que la manera en que he estat emprant el mot exili per referir-me a la meva condició resulta absolutament irresponsable (…) Potser per ser un exiliat de debò és necessària la condició de desterrament’ (p. 247)

2: Que ho son. Li recordo a classe la millor definició que he escoltat sobre Cercas: ‘Cercas té novel·les bones, regulars, dolentes i ‘Soldados de Salamina’’

Antoni Martí Monterde, L’erosió,   Barcelona, 2019, Minúscula

La màquina de parlar

Hoy en día las letras no son garantía de bondad…  -Valèria-

La primera vegada que vaig veure ‘La màquina de parlar’ anava preparat. Emocionalment preparat. No feia gaire que havia vist una altra obra de Szpunberg, ‘Miniatures violentes’, al Versus Teatre. Del conjunt d’escenes interconnectades entre elles, recordo dues. Una senyora de mitjana edat amb uns auriculars ballant sola alguna de les moltes cançons horribles de Mecano com si fos a un concert seu dels vuitanta. I un executiu, també de mitjana edat, que acaba de violar a una adolescent i la mira mentre obre i tanca un boli d’aquells de botó.

Tot i així, la història de Valèria, Bruno i Enric em va impressionar moltíssim. Valèria és la màquina de parlar, una mena d’autómat (1) al servei de Bruno, un home que viu sol, aïllat del mon i amb l’única pretensió d’ascendir en una feina on el premi (com a ‘Zama’ de di Benedetto) no arriba mai. Té a Valeria assentada en una trona al menjador de casa seva. Ella li parla de Kafka i ell vol l’horòscop per saber si ja és el gran dia. Qui arriba un dia és el gos que dona plaer, un altre humà-màquina que no parla però satisfà els desitjos sexuals de Bruno. La relació d’us i dependència entre tots tres entra en ebullició i explota en la catarsi final.

Ja s’han fet lectures foucaultianes de ‘La màquina de parlar’. Pertinents, de fet el títol és un bon exemple de subjecte-màquina. Però no és la lectura que faré aquí. La relació que Bruno, el propietari, estableix amb la màquina i amb el gos és una relació de poder clàssica, com la que podia tindre un amo amb els seus esclaus. Bruno s’encarrega de recordar-li a la màquina que ELL l’ha comprat i que per tant, pot disposar-ne com vulgui. Dins d’uns límits que ell mateix ha establert. La màquina ha de complir la funció per la qual ha estat adquirida, que és facilitar l’èxit del seu propietari. Ajudar-lo a entendre els mecanismes intel·lectuals de la seva vida, com si fos una mena de coach personal. Si fracassa, ell se’n pot desempallegar sense càrrec de consciència, com qui es desfà d’un microones que ja no escalfa.

Bruno és un personatge sense cap mena de motivació emocional. De fet, d’aquí parteix la obra. Té una mare (que a l’obra apareix per missatges del contestador) a la que ignora. No té amics perquè no els necessita. I quan els veïns li recorden que tot son parole, parole, parole, protesta aïrat contra aquest coi de musica. Però no té la més mínima imaginació per transformar, per exemple, a la màquina en la seva amant. Necessita, un altre cop, que l’empresa pensi per ell i li encolomi un esclau sexual perquè, ja que ha fracassat intel·lectualment, al menys tingui vida sexual. Sense sortir del rol de possessió amo-esclau i amb una analogia obvia amb una societat de consum que pretén cobrir qualsevol necessitat sempre que puguis pagar-la.

L’absència d’emocions obvia el tradicional drama de relacions personals però li podria donar una fredor que no és el cas. Queda àmpliament compensada pel patetisme dels personatges, obligats a viure en un entorn que odien profundament però no tenen més remei que suportar. Tots volen una vida millor, però no tenen alternativa perquè la seva funció és aquesta. La relació entre tots tres es fonamenta no en microfísiques del poder sinó en un utilitarisme extrem en el qual tot fre moral (les poques paraules amables de Bruno a Valèria no poden sonar més falses)  ni que sigui aparent, ha desaparegut. L’obra pot ser distópica, però el que Szpunberg fa és portar una dinàmica present  a  l’extrem; del tot es pot comprar a només tenim allò que es pot comprar. La situació explota, es clar, no per un conflicte individual, per una crisi de identitat, sinó perquè el poder de Bruno es basa en quelcom tan feble com la factura de compra. De fet, la relació Bruno-Valeria-Enric representa, més que una metàfora de classe, un triangle típic freudià. Valeria i Enric son dues vessants delegades del propi Bruno. Si funcionessin correctament, tindrien que complementar-lo tant per dalt com per baix. Que al final sigui el gos qui acabi agafant les regnes de la vida de Bruno és una conclusió que faria salivar a tot bon psicoanalista.

Però l’element central de ‘La màquina de parlar’, i que més aviat s’ignora, és el llenguatge i els seus usos. Wittgenstein deia que el límit del mon és el límit del llenguatge. En l’obra, cada personatge aplica el llenguatge d’acord amb els límits del seu mon. Bruno, i això és més evident en l’obra llegida, és pràcticament incapaç de lligar dues frases amb sentit. Tota l’estona exclama i balbuceja, a mig camí entre el disgust i l’incapacitat expressiva, amb el nivell d’un alumne d’ESO no gaire espavilat però amb un gran concepte de si mateix. Fins i tot s’enorgulleix de saber que és ‘metàfora’ o ‘paradoxa’. Probablement perquè li ha ensenyat la mateixa Valèria. La incapacitat de parla de Bruno és la seva incapacitat d’entendre el mon i d’estimar res o ningú. Valeria es guanya la vida parlant. Ha de demostrar que en sap, però a ella el que li agradaria seria un altre cosa. Fugir amb Kafka i viure en un magma de paraules sense cap altre utilitat; la literatura, l’art. És un somni, es clar. I en absència del seu amo, canvia el to al castellà argentí i veu telenovel·les perquè no te res més a fer que esperar. El gos, l’element distorsionador de la relació entre Valeria i Bruno, esta educat per no parlar. S’espera d’ell només silenci i accions, però en la intimitat recita Shakespeare. Parole, parole, parole.

És tot un simulacre. El gos no és gos, la màquina no és maquina i l’amo no és amo. I això si que és Nieztsche-Foucault. Perquè la comunicació només pot ser sincera si no depèn d’un vincle extern. En una relació de dependència o quan necessitem quelcom del nostre interlocutor, tots diem el que l’altre vol escoltar. Sense excepció. El petit mon de tots tres personatges, aquest micropís urbà tan típic, marca les regles de convivència en la que tots estan obligats a suportar-se, juguin el rol que juguin. L’abraçada entre la màquina i el gos pot ser un happy end comparat amb tot el que acaben de viure o pot ser un final desencoratjador veient el que tenen per davant. En tot cas, no els hi queda gaire més a dir.

He vist quatre representacions de ‘La màquina de parlar’. Dos a la seva estrena a la sala Beckett al 2007 i dos a la reposició-aniversari que es va fer al Maldà al 2017-2018, totes quatre a Barcelona i totes quatre amb un gran treball dels actors: Sandra Monclús, Marc Rosich i Jordi Andújar. Si mai teniu ocasió de veure-la, no la desaprofiteu.   

1: ‘En aquest punt voldria aclarir que Valèria és una persona, i que el fet que hagi de semblar una màquina és només una qüestió professional, una convenció, una manera de fer més còmoda la relació d’ella amb l’usuari’ (V.S.)

Victoria Szpunberg, La màquina de parlar, Barcelona, 2007, Rema12

També a: Victoria Szpunberg, ‘Victoria Szpunberg (2004-2018) ’ Tarragona, 2019, Arola Editors

The Pagan Rabbi and other stories

Baumzweig wrote mostly of Death. Edelshtein mostly of Love. They were both sentimentalists but not about each other. They did not like each other, though they were close friends’ (Envy or the Yiddish in America)

I lay in my bed, exhausted of desire for desire (The Dock Witch)

Cuando Lumen publicó la traducción del ‘Collected stories’ de Cynthia Ozick (1) las reseñas de los familiarizados con su obra hablaban de desagrávio, de normalización de una carencia histórica. Hasta entonces, se habían traducido las tres últimas de sus seis novelas. Pero los cuentos auguraban algo especial, y con razón.

Los dieciséis cuentos de ‘Collected Stories’ son excelentes. En dos niveles; los siete que figuraban en su primera compilación, ‘The Pagan Rabbi and other stories’ (1971), y el resto, publicados en  obras posteriores. Estos últimos no son malos, ni mucho menos. Pero los primeros son deslumbrantes.  La edición en castellano de Lumen es una buena edición, y la traducción de Eugenia Vázquez Nacarino es excelente. Para el lector que quiera acercarse a ellos, ambas opciones son válidas y aconsejables.

‘The Pagan Rabbi and other stories’ incluye siete cuentos largos, casi la mitad de las páginas del ‘Collectes Stories’: ‘The Pagan Rabbi’, ‘Envy or Yiddish in America’, ‘The Suitcase’, ‘The Dock Witch’, ‘The Doctor’s Wife’, ‘The Butterfly and the Traffic Light’ y ‘Virility’. Todos, absolutamente todos, son una maravilla. En ‘The Dock Witch’, un abogado de NY sufre una posesión sexual por una mujer que se dedica despedir los barcos que parten del muelle. ‘The Doctor’s Wife’ es una extraña versión de ‘Las tres hermanas’ centrada en el hermano. ‘Virility’ es una mezcla de ‘Bartleby el escribiente’ y ‘El gran Gatsby’. En ‘The Suitcase’ un anciano de origen alemán ha de batallar con su hijo, su nuera y la amante del hijo en la inauguración de la exposición del hijo. ‘The Butterfly and the Traffic Light’ es una preciosa pieza corta alegórica.

Pero los dos primeros. ‘The Pagan Rabbi’ y ‘Envy or the Yiddish in América’. Cada uno justificaría una carrera entera. Hay más literatura ahí que en toda la lista de ‘Lo mejor de 2019’. En ‘The Pagan Rabbi’ el narrador recibe la noticia del suicidio de su amigo Isaak, rabino y brillante sionista, casado y padre de siete hijas. Cuando visita a la viuda, esta le obliga a leer una carta póstuma en la que Isaak declara su conversión al animismo a través de una ninfa dríade y el cambio en su relación alma-cuerpo que a través de ella ha operado.

A Ozick se la compara normalmente con Henry James y con la tradición literaria judía, a la que ella se adscribía; en sus propias palabras, ella no es una ‘escritora mujer’, es una ‘escritora judía’. Y evidentemente, el peso de la tradición y cultura judía es central en toda su obra. Pero los cuentos-nouvelles de Ozick tienen mucho en común con los de otro maestro del cuento, no judío; Borges. En ambos el cuento es una novela condensada (2) Las cuarenta páginas de ‘The Pagan Rabbi’ podrían ser doscientas, sin demasiada complicación. Ozick, como Borges, reduce la historia a lo necesario e imprescindible, en vez de estirarla por caminos secundarios y digresiones para acabar de nuevo en el problema principal. Pero este, la trama en sí, presenta un desdoblamiento, a menudo más interesante que el propio tema del cuento. En el caso de ‘The Pagan Rabbi’, paralelo a la causa del suicidio de Isaak, el narrador va presentando su propia historia, la de un rabino fracasado, cuyo abandono le ha costado la marginación paterna. Su matrimonio con una gentil (la conversión social a la américa no judía) también ha fracasado estrepitosamente, e incluso confiesa que las visitas a la viuda albergan la esperanza de un futuro cortejo. En la narración en flashback de la boda de Isaak, su entonces esposa le suelta ‘Some people marries for love, and some for spite’. Parece que el tema central del cuento no es el incomprensible suicidio del gran Isaak, sino la ruptura del narrador con el judaísmo y qué culpa o beneficio hay de ello en lo que a partir de ahí ha vivido. Hasta que leen la carta. La carta es otro cuento dentro del cuento, en el que Isaak, a modo de testamento, empieza proclamando su desilusión, no con el judaísmo al que ha dedicado su vida, sino con cómo la tradición occidental entiende la relación alma-cuerpo. Para Isaak, el humano está condenado a soportar una relación de dependencia entre ambas. La Ley prima teóricamente al alma, pero es el cuerpo el que arrastra el alma, obligada a encarnarse y a vagar dentro de él en busca de una libertad que ya tendría si no fuera por el cuerpo. En cambio, benditas son las plantas. Ancladas a la tierra, no necesitan ‘liberarse’ por que su ciclo natural las devuelve una y otra vez al magma primigenio al que pertenecen como una y toda cosa. Su alma es libre porque no depende de un cuerpo que exige realizarse como uno y propio. Su grito de ayuda lo atiende una ninfa, igual que otra de ellas atendió una vez a Spinoza

‘I have caught men’s words before as they talked of Nature, you are not the first. It is not Nature they love so as Death they fear. So Corylylyb my cousin received it in a season not long ago coupling in a harbour with one of your kind, one called Spinoza, one that had catarrh of lung’  

La carta termina con una confesión terrible. La ninfa le confirma a Isaak que ha conseguido liberara su alma de su cuerpo. La tiene ahí delante. Es un viejo judío que camina penosamente sin dejar de leer un tomo de la Ley, mientras ignora las flores que crecen al margen del camino. El cuerpo de Isaak le interpela, pero esta le contesta que no tiene más remedio que seguir caminando, eternamente.

El final es devastador, para el suicida, para la viuda, que se niega a admitir tanta tontería (¡A Pagan! ¡He was a Pagan!’) y para el narrador, que vuelve a su mundo de judío moderno con el rabo entre piernas. Para todos menos para el lector. Como con los mejores cuentos de Borges, la autora no crea una historia, crea un mundo. Subyacente a ese mundo, hay un problema filosófico abismal, en este caso la relación entre alma y cuerpo. La lectura, o lecturas, que ofrece la historia son un reflejo del peso de la tradición, que en el caso de Borges es la occidental, en la que el maestro argentino repta, se escabulle y vuelve a sumergirse a su gusto, consciente de su posición de superioridad. Ozick sufre esa tradición. Sus personajes arrastran el peso de la culpa de cargar con la ‘maldición del judaísmo’. (‘- Look how He abandoned you in Auschwitz’ ‘- It wasn’t only God who did it notice’). Y, llegados a este punto, ¿vale la pena seguir adelante? ¿O es mejor cerrar el capitulo de la Historia y dejarse asimilar de una vez por la permeable cultura cristiana? Ni Borges ni Ozick escriben de espaldas a la tradición, al contrario. Escriben sobre la tradición. Para retorcerla, para crear algo nuevo y bello.

‘The Pagan Rabbi’ es un texto brillante, absorbente y felizmente desesperante, al que podría volver una y otra vez para sacar más agua del pozo. También formalmente; la prosa de Ozick es tensa, contundente y por momentos violenta (la forma en la que la viuda trata al narrador) pero nunca ruda o áspera. Nunca pierde la templanza. Usa las palabras justas, ni un signo de más. Pero con todos los recursos que el lenguaje pone a su disposición. También el humor, en forma de sarcasmo. No en ‘The Pagan Rabbi’, pero sí, por ejemplo, en el igual de brillante ‘Envy or the Yiddish en América’ en el que aparece una parodia del estereotipo de humorista judío ingenioso que aquí nos ha llegado a través de Woody Allen (‘Jokes. All they wanted were jokes’). Pero por encima de todos los temas que aparecen en las historias de Ozick, emerge la enorme compasión que siente por sus personajes. Solo a través de ella puede aceptar, y podemos aceptarnos, como lo patéticamente humanos que somos.

1: Cynthia Ozick, ‘Cuentos reunidos’, Madrid, 2015, Lumen

2: También tienen diferencias. Borges es un detallista. Ozick no pierde el tiempo en miniaturas. Borges es un devoto de la filología mientras que para Ozick es el instrumento de su perfeccionismo.

Cynthia Ozick, ‘The Pagan Rabbi and other stories’, New York, 1983, Dutton

Winter’s Bone

Su tío se enderezó, abrió una bolsita de met, sacó un poco de polvo con el dedo y esnifó, tosió y esnifó otro poco.

 -Siempre me has dado miedo, tío.

-Porque eres lista.

La meseta Ozark. Ciento veinte mil kilómetros cuadrados de montes, bosques, ríos y carreteras en el Medio Este americano, entre cuatro estados. Mejor no perderse por esos pueblos. Cuando Ree Dolly, la protagonista de ‘Winter’s Bone’, se aleja unos kilómetros de su hábitat natural para hacer algunas preguntas, la gente la recibe en el porche con un ‘¿Qué coño quieres?’ o ‘Espero que te hayas perdido’ y un arma de fuego al alcance de la mano por si no pilla la indirecta.

Daniel Woodrell vivió en la zona y la mayoría de sus novelas están ambientadas allí. La fauna y flora local dan juego para abundante literatura. Eso fue antes de alistarse en los Marines, y mucho antes de empezar a escribir novelas. ‘Winter’s Bone’ es la séptima y una de las dos traducidas al castellano, como ‘Los huesos del invierno’. La otra es ‘La muerte del pequeño Shug’, también muy recomendable.

Woodrell es un autor de género, que no ha creado pero que sí definido a partir del titulo de otra de sus novelas: ‘Give us a kiss: a country noir’. El country noir es novela negra rural ambientada en amplios y retorcidos parajes de la América profunda. En el country noir la gente tiene muy mala leche y no atiende a razones. Hablan poco con los conocidos, nada con los desconocidos, y menos aún con la policía y todo lo que represente el Estado, que allí solo sirve para meterse donde nadie le ha llamado.

La violencia esta presente en cada momento y ámbito de esa vida. Desde el padre alcohólico que trata a ostias a su familia hasta el camorrero que le pega un tiro a un desconocido en un bar porque le ha mirado mal. La combinación de una educación violenta, alcohol y drogas en abundancia y armas de fuego genera una situación de caos en la que cualquiera se juega la vida a diario. En medio de todo eso, siempre hay alguien que intenta sacar algo en limpio, o al menos evitar echarse a perder. En esta novela, es Ree Dolly intentando salvar a su familia y evitar que sus dos hermanos pequeños se conviertan en carne de cañón:

‘Muchos niños de la familia Dolly se volvían irrecuperables antes de afeitarse por primera vez, estaban entrenados para vivir al margen de la ley, sometidos a preceptos sanguinarios e implacables que gobiernan la vida’.

Ree es una adolescente que debería estar en el instituto pero que se dedica a cuidar de una madre catatónica y dos hermanos pequeños. El padre es un perla cuya única ocupación conocida es cocinar metanfetamina. Está en libertad bajo fianza, la fianza es la casa donde vive su familia y ha desaparecido. Si no se presenta para el juicio, les embargan la casa y la familia (una adolescente, dos niños y una demente) se tendrán que ir a vivir a una cueva en alguna montaña cercana. La hija no se resigna y empieza la búsqueda del padre con todo su entorno en contra.

‘Winter’s Bone’ es una novela negra perfectamente escrita y resuelta. Woodrell es un muy buen escritor y pese a mantenerse en las claves del género, no se limita a lanzar carnaza al lector ávido de salvajadas. La trama esta bien desarrollada, los personajes son algo más que descerebrados de gatillo fácil, en especial la protagonista. En una escena, para facilitar el acceso a un Jefe, Ree dice ‘Le diré que aún soy una niña’ y le contestan ‘Él verá que ya no’.

Otro de los puntos fuertes de Woodrell es el sentido del lugar. La cotidianeidad no es simplemente pausa entre escenas violentas. La nieve y el frio es un elemento clave en toda la novela, como también lo es en ‘Fargo’, por ejemplo. O una simple compra en el super, cuando Ree le explica a su amiga que no pueden comprar queso rallado para la pasta porque sus hermanos se acostumbrarán y entonces lo pedirán siempre.

Un lector con cierta cultura cinéfila al leer ‘Winter’s Bone’ u otras podrá pensar que, en el fondo, se trata de una versión actualizada del western. No le faltara razón. Todo parte de la cultura del colono, en la que el individuo se ha de buscar la vida en medio de la nada y mantenerla, la suya y la de su familia. El clan Dolly, al que pertenece Ree y los suyos, desciende de alguna secta de colonos protestantes perdida en el tiempo. Como tradición familiar y para esquivar las redes estatales, todos los nombres masculinos se reducen a cuatro o cinco variantes, con lo que pueden haber decenas de Wilsons o Jessups Dolly en la zona, los cuales se distinguen entre ellos por el parentesco tribal y por el apodo, pasando a ser Puños, Lágrimas, Rubio o lo que sea.

En la evolución del western al country noir saltan por los aires varios diques sociales. Lo cual, dicho sea de paso, lo convierte en más interesante. La familia sigue siendo la unidad básica y alrededor de ella se estructuran los personajes, pero aquí lo normal es la familia disfuncional. El padre de Ree es un hijodeputa, que no tiene la más mínima preocupación por su mujer y sus hijos. Y esto es lo normal, no la excepción. Este universo de familias disfuncionales y relaciones abusivas (cuyo retrato más brillante se encuentra en ‘Knockemstiff, de Pollock) se retroalimenta con la desaparición de la religión del ámbito de vida de los personajes. La iglesia, en sus diferentes formas, actuaba de dique moral y ahora simplemente no existe. Ni se menciona. Lo que sí aparece, y en abundancia es el alcohol y especialmente las drogas. En el caso que nos ocupa, la metanfetamina, droga extremadamente popular en la zona y que todos, a lo Breaking Bad, se ven con ánimos de producir y consumir (‘Ahora todos cocinan meta, cariño. Lo saben hasta las piedras.’)

Con esto y más, Woodrell escribe una gran novela. Él mismo daba pistas sobre el título:

Lo del invierno es obvio. Lo de los huesos viene de una expresión coloquial. Puede decirse irónica, sarcástica o incluso cariñosamente cuando alguien le hace un favor o una concesión ‘Vamos, dale o échale un hueso’  En la novela, es el mismo invierno el que le hace un regalo, en forma de unos huesos, a Ree Dolly’.

Fin del spoiler. Daniel Woodrell publicó su última novela, ‘The maid’s version’ en 2013. Ojalá pronto volvamos a tener noticias suyas.  

Daniel Woodrell, Los huesos del invierno (Winter’s Bone), Madrid, 2013, Alba

Las aventuras del profesor Eusebio Filigranati

‘Había una vez, hace mucho tiempo, un ogro que vivía en su enorme castillo. Enseñaba narrativa en el Centro Cultural Ricardo Rojas y era un gran artista. Escribió ‘Los Sorias’, su obra maestra’.

Hay escritores buenos, regulares y malos. Esos son prácticamente todos. Sólo queda una minoría, una extremadamente pequeña minoría, de extraterrestres geniales que un buen día decidieron dedicarse a la literatura como podrían haberse dedicado a la astrofísica, a la religión o a cualquier otra cosa que les hubiera pasado por la cabeza. Casavella cita en el Watusi a una serie de cantantes (Elvis y Scott Walker entre ellos) a los que atribuye la incapacidad para tratar cualquier otra cosa que no sea el Absoluto. Más bien diría que estos, pudiendo tratar cualquier cosa, deciden dedicarse al Absoluto. Georges Perec sería uno de ellos. Otro sería Alberto Laiseca.

La biografía de Laiseca es un tanto oscura y de hecho es un autor prácticamente desconocido en Europa. Argentino, relación conflictiva con el padre (trasunto del segundo capítulo de ‘Las aventuras…’) deja los estudios para dedicarse a la literatura sin éxito, años y más años de picar piedra escribiendo LA NOVELA. A finales de los ochenta empieza a publicar con regularidad, sus novelas históricas le dan cierto renombre y se empieza a hablar de una novela no publicada, monumental: ‘Los Sorias’.

‘Los Sorias’ es la obra central de Laiseca y de hecho flota constantemente por ‘Las aventuras…’ con citas como la del inicio o un viaje que el protagonista hace a Soria, España, donde fantasea con el odio que le tienen los sorianos por haberlos elegido como estereotipo de la mediocridad y maldad de la raza humana. ‘Los Sorias’, la novela, era la gran novela que Laiseca escribió en los ochenta mientras intentaba no morirse de hambre. Son casi 1400 páginas de una mezcla delirante de fantasía y política ficción con alegorías autobiográficas. Laiseca firmó un contrato con Muchnik para publicarla en España pero la editorial quebró antes de su publicación. Años después, decidió publicar una edición de 300 ejemplares en rústica y firmados. Se vendieron y se hizo una segunda edición de poco más de mil ejemplares. Nunca se ha vuelto a editar y hoy en día uno de esos mil trescientos ejemplares de segunda mano cuesta unos trescientos euros. No recomiendo empezar a Laiseca por ‘Los Sorias’, es como abrir la ‘Fenomenología del espíritu’ por probar a ver que dice ese tal Hegel. Una buena opción son sus novelas históricas, especialmente la china, ‘La hija de la Muralla’. Es una novela histórica clásica sobre la China antigua, perfectamente escrita y documentada hasta el menor detalle. Pero el auténtico Laiseca, el que se suelta, viene en libros como ‘Las aventuras del profesor Eusebio Filigranati’.

La novela, del 2003, se articula a través de cuatro capítulos-cuento. Eusebio, un alter ego mucho más alter que ego, vive encerrado en una mansión con todos los lujos posibles. Se dedica a enseñar caligrafía y cultura china a un grupo de mafiosos chinos que viven en Argentina y que, a cambio de esa guía espiritual, le protegen de sus enemigos (básicamente la mafia italiana) y le proveen de cualquier invento que imagine a través de su secretario, el señor Wong. A partir de aquí, Laiseca va tejiendo unas historias en las que se mezclan fantasía, ciencia ficción, terror gótico, violencia y mucho sexo. En los cuatro capítulos el protagonista ha de lidiar con otras tantas mujeres con las que tiene relaciones sexuales turbias, aunque satisfactorias, pero tremendamente complicadas. Esos cuatro personajes femeninos son una obesa mórbida sonámbula, la hermana de Eusebio, una dominatrix mafiosa italiana y una brasileña sin brazos ni piernas.

En el capitulo central de la novela, Eusebio y su amigo Coco (que pasaba por allí a visitarlo) trazan un plan para acabar con una mafia (otra más) que se dedica a rodar snuff movies para difundir el sadomasoporno como una nueva religión (‘Recuerde por favor signore que yo doy a la sadomasopornografia como opción válida contra las drogas, el alcoholismo y otros vicios asquerosos’) para lo cual deciden rodar ellos una película de zoofilia llamada ‘La espada del Cid Campeador’. Ahí Laiseca se desboca y la novela se convierte en una especie de versión escrita de ‘Saló o los 120 días de Sodoma’. Al que le guste esa parte probablemente le gustará ‘Los Sorias’. Pero es hasta cierto punto normal que en los libros de Laiseca se alternen partes con una continuidad lógica y otras donde la realidad se convierte en una mascara grotesca. Es su literatura.

Evidentemente, tal como lo citaba Piglia, esta tradición fantástico-conspirativa la hereda de Roberto Arlt, aunque lo que Arlt percibe como una novedad (fascismos, psicoanálisis) está en Laiseca tragado, digerido y hasta cagado. También esta fascinación por la historia antigua y las culturas orientales lo emparienta con Borges o lo fantástico con Cortázar u otros. Pero cuando estos ven el pasado como un agarradero a través del cual reinterpretar el presente, para Laiseca la mezcla entre historia y fantasía es la llave para huir del presente. Para reescribirlo a su gusto. Casi la única referencia a la Argentina contemporánea del autor es un momento en el que para justificar una defecación en público el narrador explica que cuando un millón de personas fueron a Ezeiza en 1973 para recibir a Perón (y acabó como acabó) a una señora mayor le dio un apretón y se alivió delante de la multitud sin que nadie se extrañara de ello. Esto es todo lo que Laiseca quiere explicar de su Argentina. En otro momento, su amigo Coco le explica que todas sus predicciones históricas han fallado. El determinismo del siglo XX ha fracasado, y contra eso, Laiseca decide crear su propio mundo, con sus claves y con todas las posibilidades a su alcance. Cuando en la novela se encuentra en un callejón sin salida, llama al señor Wong para que le fabrique un instrumento que le permita abrir un camino. Así de fácil. Contra una realidad que se empeña en desmentirnos y fracasarnos, la literatura de Laiseca vuelve a los propósitos iniciales que vincula una y otra vez a los clásicos de la ficción y el terror del XIX que tanto le gustan. En la literatura todo es posible y cada cual puede crear su propio mundo.  

Alberto Laiseca, ‘Las aventuras del profesor Eusebio Filigranati’, Buenos Aires, 2003, Interzona

Piel de plata

A los raros nos pasan cosas raras (Daniel Basanta)

En Barcelona había un lugar al que yo llamaba ‘la puerta del infierno’. Estaba en una extensión de acera en el cruce de Diagonal con una de las calles perpendiculares del Eixample izquierdo, cerca de Aribau o Muntaner. Era una trampilla en el suelo del tamaño de una boca de acceso a las cloacas, con la diferencia de que no accedía a ningún sitio, pero proyectaba una potente luz anaranjada. Sólo era visible de noche y no le supe encontrar otra utilidad que la conexión entre la superficie y el inframundo. Si alguna de las noches en las que sin saber cómo acababa encontrando aquel haz de luz del subsuelo, aquello se hubiera abierto y alguien hubiera trepado a la superficie lo habría encontrado de lo más normal. Seguro, eso sí, que el tipo iría vestido no como Peter Murphy, sino de Zara o H&M. Casi a la vez pararía un coche en el lateral de la Diagonal, se subiría y desaparecería para siempre.

En ‘Piel de plata’ aparecen unos lugares parecidos a los que el narrador llama ‘Portales mausoleo’. En una ciudad que se reconstruye básicamente en unas pocas décadas de finales del XIX y principios del XX, toda esa imaginería neoclásica es abundante y esta bien documentada. No así en la tradición novelística barcelonesa, que salvo honrosas excepciones cuando es buena se pone de perfil y sólo en casos mediocres la incluye como un elemento más del juego literario. Una de esas excepciones son las novelas de Javier Calvo. Ya lo hizo en la excelente ‘Corona de flores’ donde la Barcelona del ‘dosel de sombras’ resultaba el reverso de la imagen socarrona de, por ejemplo, ‘La ciudad de los prodigios’ de Eduardo Mendoza. En esta, el vehículo principal es la historia de Pol, un adolescente inadaptado, fanático de la literatura de ciencia ficción que persigue a su musa a la vez que va descubriendo pasiones literarias y musicales por la ciudad, hasta el clímax del brillante capitulo onírico homenaje al ‘Cuento de Navidad’ de Dickens, en el que se encuentra con los fantasmas de sus tres mitos, Crowe-Moorcock, Cirlot y Douglas Pierce.

Las novelas con un narrador adolescente tienden a ser despachadas rápidamente con los tópicos habituales. Si es buena, se cita a ‘El guardián entre el centeno’ (1). El despertar en el mundo adulto, el traumático final de la inocencia, blablablá. ‘Piel de plata’ es una novela sobre las pasiones. La pasión absoluta que te ocupa el tiempo cuando tienes catorce años y descubres ESE grupo. ESE libro. ESA chica. Recuerdo perfectamente esas obsesiones, aunque con sentimientos desiguales. En el caso del libro, recuerdo que salía de clase corriendo para llegar a casa y tener el máximo tiempo para leer. Incluso recuerdo en qué silla y en qué postura lo leía. Visto en perspectiva, o leído desde adulto, puede parecer entusiasmante, pero no lo es. En el fondo la adolescencia es algo frustrante y aburrido donde nadie tiene unos padres como los del protagonista, que se pasan por casa de vez en cuando a dejar dinero en efectivo para tus gastos. No es nada romántico, aunque se pueda hacer muy buena literatura de ello.

En el caso de ‘Piel de plata’, mis referentes son dos. ‘El secreto de las fiestas’ de Casavella, por emparentar directamente con las pasiones obsesivas y el descubrimiento o relectura de la ciudad, Barcelona en ambos casos, aunque con treinta años de distancia. También en ambos casos la novela parece una novela adolescente. El otro es ‘Sobre héroes y tumbas’ de Sabato. En la fascinación de Pol por Bronwyn hay mucho de la fascinación y descenso a los infiernos (mentales o físicos) de Martin por Alejandra. En cualquier caso, estos u otros posibles no dejan de ser puntos de apoyo. ‘Piel de plata’ es una muy buena novela, original, efectiva y bien trenzada. De lo mejor que ha escrito Calvo, junto con ‘Corona de flores’, obviamente.

Hay un momento en la novela que un personaje, creo que la madre de Pol, le dice al protagonista: ‘Huye de tus contemporáneos’. Esta es una de las mejores virtudes de Javier Calvo. En un momento en que la gran mayoría de novelas, con éxito o sin, siguen idénticos patrones narrativos, ‘Piel de plata’ consigue salirse de ellos sin dejar de utilizarlos. Me explico. Hoy triunfan tres tipos de novelas

1: La novela de novios, en la que se repasan las parejas y amantes del narrador

2: Las novelas familiares, en las que el narrador exhibe sus miserias familiares

3: El panfleto novelado, en las que el narrador pone por escrito sus filias y (sobretodo) fobias sociopolíticas.  

En ‘Piel de plata’ hay pareja, familia y filias-fobias, pero por encima de todo ello, hay una NOVELA. Una historia, unos personajes, subtramas, ideas, lugares, excesos, carencias…todo lo que hace interesante la literatura desde sus inicios, más allá de lo que piensa o hace el tipo que la escribe.

También, y esto me pilla mas cerca, hay esa historia de la cara B de Barcelona de la que hablaba antes. Lugares ficcionales y lugares reales, como el ‘Magia Roja’, que doy fe que existe y confirmo como un escenario perfecto para la novela. Esa relectura de la ciudad podríamos definirla como Centrismo Antidesarrollista. El narrador vive en una zona limítrofe entre en ensanche moderno y la ciudad histórica, el barrio de Sant Antoni, célebre por el mercado que los domingos se transforma en una enorme librería de segunda mano desde los años treinta. Los ojos del narrador se habitúan a un barrio construido en los boulevards del primer ensanche y los callejones del Raval. Cuando coge el metro y se va a los mares del sur de Vazquez Montalbán, o sea, el extrarradio, el shock es parecido al de Dante ante los círculos del Infierno

Un día de aquellos tuve que ir a un lugar llamado Hospitalet de Llobregat. Nunca en mi vida he salido de una boca de metro con tal sensación de estar saliendo de una de las bocas del infierno. Era una ciudad obviamente construida para quitarte las ganas de vivir. Un lúgubre paisaje distópico en todas direcciones. El viento traía plantas rodadoras hechas de bolsas de plástico enredadas con preservativos. Si se parecía a algo era al Nueva York poseído de la saga Infierno de los antiguos tebeos de los X-Men’.

Desde aquí un abrazo a mis amigos de Hospi. Puede que no sea la octava maravilla, pero ya nos gustaría tener aquí los bares de tapas que tienen por allí.

1: No viene a cuento, pero siempre he dudado de la traducción al castellano de ‘The Catcher in the Rye’. En el parágrafo de la novela en el que Holden dice sentirse como un guardián entre el centeno, evitando que otros caigan en él (cito de memoria) pienso que se refiere no a un guardián, sino al cátcher del baseball.

Javier Calvo,  Piel de plata, Barcelona, 2019, Seix Barral

El foc follet

‘Como dijo Antonin Artaud, yo me autodestruyo para saber que soy yo y no todos ellos’ – Leopoldo Maria Panero a El desencanto

-Llavors, en què consisteix la nostra trampa?

–En creure que si no fem res, és perquè som més exquisits.

Tots els epítets excessius poden trobar lloc a una biografia d’en Drieu La Rochelle. D’ heroi a Verdum a traïdor a Vichy, de prohom de les lletres franceses a preferir suïcidar-se abans que l’afusellessin com a cap de turc col·laboracionista. Burgés, hedonista, intel·lectual, conegut o repudiat per tothom, depèn de l’any. Des de la seva mort a l’any 45, com que tota França militava activament a la Resistència i el règim de Vichy va ser una entelèquia, arraconat i oblidat per les lletres franceses.

El que aquí ens interessa, l’escriptor, va deixar un grapat d’obres de qualitat desigual. Prop d’una desena de novel·les notables, altres tants assaigs prescindibles i unes quantes miscel·lànies  on hi ha diaris, ficcionals o no, i textos breus a l’alçada de les seves millors novel·les. D’entre aquestes, si hom ens fes triar-ne nomes una, crec que l’elecció seria unànimement ‘El foc follet’, la seva novel·la de 1931.

La novel·la, de poc més d’un centenar de pàgines, narra els tres últims dies en la vida del Alain, un burgés bohemi de Paris de poc més de trenta anys, addicte a l’heroïna, en els que farà una ronda d’adéus per les diferents persones, espais i memòries del que ha estat fins llavors la seva vida. Al 1963, Louis Malle va portar la novel·la al cinema amb una adaptació fantàstica que ha esdevingut un clàssic de la novelle vague. Qualsevol que hagi passat pel llibre i la pel·lícula no podrà evitar l’associació d’imatges entre les escenes d’ambdues obres.  

L’única llibertat major que es pren Malle és canviar l’objecte de l’addicció del Alain, que al 1963 no es l’heroïna sinó l’alcohol. Aquest canvi pot sorprendre, perquè no crec que es tracti tant d’una rebaixa en el grau de l’addició del protagonista ni de fer-la mes socialment acceptable, doncs l’heroïna a França era tan marginal al 1931 com al 1963. Probablement Malle volia deixar ben clar que el text de Drieu no era una novel·la sobre un addicte i una addicció sinó que anava molt més enllà.  El vehicle d’ambdues és la impossibilitat de redimir-se del protagonista, incapaç de trobar un sentit a la vida que justifiqui per si mateixa l’existència, sense la necessitat de cap crossa, psicotròpica o no.

Fa anys, Anagrama va publicar una mena de novel·la autobiogràfica d’una tal Ann Marlowe titulada ‘Como detener el tiempo. La heroïna de la A a la Z’. En una entrevista promocional, explicava que va deixar la droga quan va conèixer el que era el seu marit. El periodista li va preguntar si havia canviat droga per amor i ella va contestar ‘No. Obsessió per obsessió’.

A ‘El foc follet’, Alain es droga perquè no te res millor a fer; ‘Aquells comencen a drogar-se perquè no fan res i segueixen perquè poden no fer res’. L’avorriment es un motor perfecte per l’autodestrucció, perquè aquesta ofereix obsessions que estan a l’abast de tothom, vingui d’on vingui. En la tarda-nit central de la novel·la, on va visitant els amics i els cercles de coneguts als que tracta de forma mes o menys habitual, amb tots ells només te en comú el fastig per una vida que no pot oferir-li res d’il·lusionat.

Tanmateix, la derrota del Alain no és una derrota vital sinó existencial. La seva vida no s’enfonsa al voltant seu, sinó dins seu. De fet, tot el seu cercle tira d’ell cap en fora. No prou fort, segons ell, o no prou sincerament. Tant fa, el seu fatalisme ja ha decidit el resultat de la partida i en cap moment Drieu juga la carta de l’esperança, així que el lector que esperi una escletxa de llum pot anar fent-se la idea que no la trobarà.

En la primera escena de la novel·la, Alain i la seva amant tot just acaben de fer l’amor. Tot i que oficialment esta casat, l’amant li suplica que marxi amb ella a Nova York i es tornin a casar. Li ofereix amor, diners i una vida nova. L’Alain ni ho considera. Exemples com aquest s’aniran succeint al llarg del llibre. Homes i dones intel·ligents, bonics o amb diners (mai tots tres a l’hora) li oferiran taules de salvació. Ell les ignorarà com el condemnat a mort a qui li entra el capellà a la cel·la minuts abans de l’execució prometent-li la vida eterna. Aquesta fredor encaixa perfectament amb el blanc i negre del primer Malle però sorprèn  per una novel·la de 1931, fins al punt que molts la consideren com un precursor dels clàssics de l’existencialisme literari que vindrien pocs anys despès.

A les seves memòries, Simone de Beauvoir explica que ens els anys de postguerra, després de les tertúlies nocturnes amb la plana major de l’existencialisme francès on es consumia tanta filosofia com gin fizz, Sartre i ella tornaven pels ponts del Senna angoixats per la futilitat de l’existència humana i cada nit deien ‘¡Ens llancem!’, però mai ho feien. El suïcidi del Alain és més seriós, més de l’estil romàntic. De fet, la génesi de ‘El foc follet’ sembla que remet a un amic d’en Drieu que també es va suïcidar a tocar dels trenta per motius similars al protagonista. Entre les moltes coses que avança del que vindrà després de la guerra, destaca aquest spleen adult del que amb trenta anys ja veu la resta de la seva vida com una decadència sense sentit doncs el bell cos que li donava la oportunitat de ser un mantingut en mans de dones que l’adoren (‘No has deixat de ser un nen; el teu únic lligam amb la societat i la naturalesa son les dones’) es va apagant i queda la realitat comuna de la resta dels mortals; que o t’espaviles, o ho tens ben magre. I decideix no espavilar-se.

Pierre Drieu La Rochelle,  El foc follet, Barcelona, 2010, Quaderns Crema

Gallo de pelea

En el 320 a.c. un viejo poeta llamado Chanakin escribió que el gallo le enseña cuatro cosas al hombre: a pelear, a levantarse temprano, a comer con su familia, y a proteger a su esposa cuando se mete en problemas.

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Cuando en literatura alguien habla de ‘los rusos’ normalmente está reduciendo dos siglos de literatura y varias decenas de autores a dos de ellos, Tolstói y Dostoyevski. Más aún, a menudo únicamente a Dostoievski y concretamente a ‘Crimen y castigo’. En la literatura americana pasa algo similar y se reduce un catálogo aún más amplio, no necesariamente de más calidad, a una dicotomía entre dos formas de entender la literatura: Faulkner y la alta literatura o Hemingway y la literatura popular.

Faulkner es, para bien o para mal, el escritor que marcó tendencia en buena parte del siglo XX y aun sigue siendo considerado como el modelo de escritor que toda literatura debe premiar, y de hecho cada país tuvo su Faulkner patrio en la segunda mitad del XX. El español fue, obviamente, Juan Benet. No seré yo quien reste méritos a uno u otro. Como en pintura, a uno le puede gustar Pollock mucho, poco o nada, pero nadie le puede negar su importancia en la historia del arte.

No obstante, los Faulkners del mundo y sus reflectores academicistas han contribuido a ignorar autores y novelas del inagotable fondo de armario de la literatura americana del XX que en su momento no se tomaron en serio y acabaron en el cajón del pulp pero que décadas más tarde nos han ido llegando, gracias por ejemplo al buen hacer de la excelente editorial Sajalín. Charles Willeford y su novela ‘Gallo de pelea’ son un buen ejemplo de un escritor que no pretende innovar técnicamente pero que consigue algo mucho más complicado. Escribir una novela casi perfecta.

De entrada, las peleas de gallos no resulta el tema más atractivo para entusiasmarse por una novela. No sé nada del tema ni me interesa. Pero aunque el libro es la historia de Frank Mansfield, reñidor profesional de gallos en el sureste americano de los años cincuenta, las numerosas escenas de peleas de gallos y la información sobre los pobres animales no resulta farragosa, al contrario. ‘Gallo de pelea’ es un hardboiled de manual en un escenario inhabitual. Mansfield es el Marlowe de la novela y el problema que tiene que solucionar es, a corto plazo, salir de la ruina en que le ha dejado perder su última pelea y después llegar a la meta que tiene en su vida. Ganar el premio de Gallero del Año. Para conseguirlo se ha autoimpuesto una extraña penitencia, ha hecho voto de silencio, pero todo el mundo cree que ha perdido la voz involuntariamente. Con el hándicap de no romper su promesa de silencio, debe recuperarse para enfrentarse a la prueba final del campeonato anual y permitirse a si mismo recuperar el habla.

Todo en ‘Gallo de pelea’ es bueno. La tensión narrativa es perfecta. Los personajes secundarios ejercen el contrapunto necesario para que el protagonista no acapare la novela. Las transiciones entre las escenas de acción y las descriptivas fluyen con naturalidad. Especialmente brillante es la escena la de la riña en la granja redneck, con el granjero padre regateando el pago de la deuda mientras el hijo borderline intenta asesinar a Mansfield en dos ocasiones porque ha perdido su mascota, cosa que el protagonista narra con la tranquilidad de alguien que está acostumbrado a esa clase de inconvenientes.

La novela es adictiva, un ejemplo brillante de la pericia literaria a la hora de escribir buenas novelas para un gran público de Charles Willeford. Pero tiene otra virtud igual o más interesante. Como con determinadas películas de Clint Eastwood, ‘Gallo de pelea’ retrata una manera de pensar muy americana y que éticamente resulta muy interesante por el contraste que ofrece para lo que hoy que considera políticamente correcto. Porque ‘Gallo de pelea’ es tremendamente incorrecta.

Para empezar, las peleas de gallos son a muerte, lo que ha llevado a ilegalizarlas en buena parte del planeta. Además del negocio ilegal de apuestas que se genera alrededor y que es la base del negocio. Mansfield y los demás quieren hacerse ricos, como todo buen americano, y han escogido profesionalizarse en los gallos de pelea, como otros lo hacen en el poker. No hay amor por sus animales. Ellos son un medio para llegar a su objetivo socio-económico. El prestigio y el dinero de ser el mejor reñidor de gallos del sur. Los gallos sirven mientras están vivos, y si no son útiles, se sacrifican y punto.

Este darwinismo se traduce en una postura vital en la que el hombre, nuestro héroe, hace siempre lo que uno tiene que hacer. Lograr o no el objetivo puede implicar suerte o azar, pero todo lo demás, lo que le atañe, es cuestión de voluntad y de tomar las decisiones adecuadas en base al sentido común. Tanto su idea vital como su praxis individual resultan una variante del imperativo moral kantiano, resumido en la negativa a engañarse a uno mismo y traducido en la novela de forma evidente en el respeto al voto de silencio: ‘He visto a muchos hombres hacer promesas a Dios o a otras personas y después romperlas como si nada. Pero si alguna vez uno rompe una promesa consigo mismo, se desintegra. Toda su personalidad y carácter se hacen pedazos y nunca vuelve a ser uno mismo’.

Alrededor de esta fidelidad a uno mismo giran otros tres temas básicos. El dinero, el trabajo y las mujeres. El dinero es clave. El objetivo final es hacerse rico, pero aunque las apuestas sean ilegales, la palabra entre galleros vale tanto como un contrato legal. El dinero se ha de ganar honradamente, aunque sea de espaldas al estado. Mansfield rompe con su hermano por dinero (‘Si Randall quería hacer las paces conmigo solo tenia que mandarme los 300 dólares que me debía’) pero se niega a aceptar un cobro de 50 dólares por un trabajo porque es mucho más de lo que  él considera justo, cuando cualquiera de los mortales cogería el dinero y se quedaría tan ancho.

Algo parecido pasa con el trabajo. Hay la ética protestante del trabajo duro y bien hecho, frente al camino decadente y malcriado de los que prefieren quejarse, gandulear y vivir a costa del estado del bienestar. Como en Eastwood, por ejemplo, en ‘Million dollar baby’, frente al camino de esfuerzo y superación personal del protagonista hay una familia de aprovechados y vagos que se dedican a vivir del cuento. Entre ellos también aberraciones europeístas como los sindicatos: ‘Que un varón norteamericano libre tenga que pagar a unos gangsters por el derecho a trabajar siempre me ha parecido una de las costumbres más imbéciles que tenemos’

Como en todo buen hardboiled, Mansfield es muy machista. Es un machismo naturalista, del que se muestra como algo inevitable y consecuencia de las propias mujeres. Son así … ¡qué otra cosa puede hacer él que aprender a manejarlas! En la novela, los personajes femeninos se dedican únicamente a dos actividades; follar y cocinar. Todo ello al servicio del protagonista, claro: ‘Ella sabía que era una buena cocinera, y preparándome una comida decente sabría que me pondría contento. Si estaba contento con ella, me la llevaría a la cama’.

Charles Willeford pasó casi tanto tiempo en el ejército como escribiendo novelas  hasta el éxito de ‘Miami blues’, ya en los ochenta, que le dio pie a una serie de novelas negras protagonizadas por el detective afroamericano Hoke Mosley. Al final de esta primera, Frank Mansfield hace un fugacísimo cameo.

Charles Willeford, Gallo de pelea, Barcelona, 2015, Sajalín

Una saga moscovita


¿Qué puede ser más puro y más serio en el mundo que Lenin leyendo el Pravda?

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Menos mal que fumaba.

Stalin fumó como un carretero hasta pocos meses antes de su muerte. Cigarrillos y pipa. A menudo vaciaba el tabaco de sus cigarros, de una marca común, y con la picadura rellenaba la pipa. Murió  a los 75 años, de una embolia. Tenia evidentes problemas cardiovasculares, en parte debidos a una vida de fumador compulsivo. Dotado de una constitución notable, si hubiera tenido unos hábitos saludables no es descabellado imaginar que podría haber vivido hasta los ochenta u ochenta y cinco años. Esos cinco o diez años les podría haber costado la vida a cientos de miles de soviéticos más.

Uno de ellos podria haber sido el autor de ‘Una saga moscovita’, Vasili Aksiónov. Estuvo a punto de costársela a sus padres, Pavel Aksiónov y Eugenia Ginzburg. Ambos eran apparatchik del Partido Comunista en Kazajistán. En las purgas del 37 fueron detenidos y enviados al Gulag. El pequeño Vasili, que tenia 5 años, fue internado en un orfanato del estado. A finales de los cuarenta pudo reunirse con su madre en Kolimà. Eugenia Ginzburg tiene un libro de memorias excepcional sobre su detención y condena, ‘El vértigo’ (1). El hijo, para el que decidieron que sería médico (como dice un personaje en la novela ‘los médicos siempre son necesarios’), heredó la vocación literaria de la madre y empezó a publicar novelas en los años sesenta. A principios de los ochenta fue obligado a exiliarse, como Brodsky o Dovlatov, también instalándose en los USA. Allí siguió escribiendo mientras trabajaba de profesor o periodista. Es posible incluso que coincidiera con Dovlatov en Radio Liberty o en la prensa para emigrados. Al contrario que otros escritores exiliados, Aksiónov volvió a Rusia, donde vivió temporadas. En 1994 publicó su obra magna, la monumental (más de 1.200 páginas) ‘Una saga moscovita’.

La saga del título es la familia Gradov, cuyas tres generaciones de personajes se reparten el protagonismo de la novela. El patriarca, médico cirujano al que le tocará atender a Stalin en dos ocasiones, los consabidos tres hijos de toda obra rusa que se precie (en este caso, un militar, un político y una poeta) y varios nietos, además de algunos personajes laterales con lazos más o menos consistentes con la familia. La novela ocupa algo más de dos décadas, los años más terribles de la historia rusa del siglo XX. Empieza a principios de los treinta, con la consolidación de Stalin antes del asesinato de Kirov, dedica la mayor parte de la novela a las purgas del año 37 y a la guerra, y acaba con la muerte de Stalin en 1953.

La novela tiene todo lo bueno que puede tener una buena novela histórica que trabaje un periodo tan terrible como esos años en la URSS. Aksiónov pretende un ‘Guerra y paz’ del siglo XX pero el resultado final, sin desmerecer en una novela de semejante ambición, se acerca más al ‘Doctor Zhivago’ de Boris Pasternak, que aunque tampoco está mal, no es Tolstoi. En todas ellas, la vida de la mayoría de los personajes pende de un hilo constantemente (como pendía de la mayoría de soviéticos de la época) y si a eso le sumamos una ración generosa de amores correspondidos y no correspondidos, mucho más sexuales que en las obras de Chejov, el entretenimiento está asegurado. ‘Una saga moscovita’ esta bien escrita, bien estructurada y es disfrutable. Para lo que pide la novela, resulta más que suficiente.

Lo interesante en este tipo de novelas de continuidad histórica es el protagonismo subyacente al de los personajes humanos. En ‘El dia del Watusi’, de Casavella, ese protagonista concomitante es Barcelona. Aquí intenta ser Rusia o Moscú, pero el que se alza por encima de todos con luz propia es Stalin, alias ‘el demonio en la tierra’. O así lo vería cualquiera que tomara contacto con el personaje por primera vez a través de la novela. Y en parte no le faltaría razón, porque fue el responsable directo de millones de muertos. Muchos de ellos, como dijo el propio Yezhov (2), ‘morían con su nombre en los labios’, lo cual sí que resulta inédito y desconcertante en la historia de la humanidad.

En los últimos años se ha publicado abundante historiografía sobre el periodo y el personaje, favorecida por el hecho que los bolcheviques lo documentaban y archivaban prácticamente todo, y las memorias que escribieron casi todos los participantes en el poder de aquellos años. Los que sobrevivieron, claro. Uno de los más recomendables es ‘La corte del zar rojo’ de Simon Sebag. En él se narra una anécdota histórica poco conocida que resulta aclaradora sobre el personaje. En diciembre de 1944, De Gaulle viaja a Moscú para cerrar un acuerdo de cooperación franco-soviético. Los rusos quieren que Francia reconozca el gobierno polaco pro-comunista, pero los franceses se niegan. En la cena, se celebran varias docenas de brindis antes, durante y después. En ellos, un Stalin bastante perjudicado toma la palabra:

Brindo por Kaganovich, nuestro Comisario de Ferrocarriles. Es un valiente. Si los trenes llegan tarde, lo fusilamos. Ven aquí, Lazar. (brindis). Brindo por nuestro Comisario de Aviación. Como no haga bien su trabajo, ¡lo ahorcamos!.’ La cara del adusto De Gaulle debía ser un poema. Stalin se da cuenta y le encara. ‘En este país somos así’. Al tiempo advierte que los responsables de exteriores, Molotov y Bidault se han puesto a hablar del acuerdo y grita ‘Bulganin, saca la metralleta ¡vamos a fusilar a los diplomáticos!’

Una lectura extremadamente cruel de la Historia y del Materialismo le habían enseñado que la vida humana individual no tenía ninguna importancia y que aunque todo se hacia en nombre de la raza humana y para liberarlos de sus cadenas, estos no tenían ningún valor frente al objetivo político, ya fuera ganar la guerra o simplemente mantener el poder. Ahí está lo más interesante de la novela, ese constante contrapunto entre el salvajismo histórico y la voluntad de autoconservación familiar, en la que sus miembros individuales son lo único que importan, como en cualquier familia. De la multitud de los Gradov los hay para todos los gustos, aunque el autor es notablemente más hábil con los masculinos que con los femeninos, que le quedan superficiales y tópicos. En cambio, los entreactos con los recortes de prensa soviética y extranjera de la época resultan reveladores y aportan un contrapunto de literalidad respecto al universo histórico pero ficcional de la novela. Incluso el autor utiliza puntualmente la primera persona para remarcar la ambición de entroncar su novela con las grandes epopeyas del XIX.

‘Todas esas reflexiones sobre los temas de Tolstoi, que no vienen sino a confirmar plenamente nuestro epígrafe nos eran necesarias para abordar el inicio de los años cuarenta y observar a través de un cristal mágico las lejanías de una nueva capa de esa ‘novela libre’ única en el mundo de la que nos gustaría que nuestra narración fuera parte y desde allí contemplar el grandioso espectáculo de las ‘arbitrariedades humanas’

Vasili Aksiónov, Una saga moscovita, Barcelona, 2010, Belacqua

1 Eugenia Ginzburg, ‘El vértigo’ Barcelona, 2012, Galaxia Gutenberg. El título original en ruso se traduciría literalmente como ‘el largo viaje’. De ahí se pasó a ‘el torbellino’ y finalmente a ‘el vértigo’.

2 Nicolai Yezhov. Responsable del NKVD en las purgas de los años 1937 a 1939, conocidas también como ‘la yezhovina’. Purgado y ejecutado en 1940.