‘La gente me ha enseñado logros, títulos y patentes, pruebas de haber cruzado el infierno y el paraíso, muestras sacadas de sus descubrimientos, con todo lo cual, en especial las mujeres, me han demostrado mi ignorancia’
Existe el consenso entre los Bellowianos de que ‘Las aventuras de Augie March’ (de aquí en adelante, Augie March) no es la mejor novela de Saul Bellow. No tanto de una forma expresa sino por eliminación, el premio suele recaer en ‘El legado Von Humboldt’, su novela de 1975 y predecesora directa del Nobel recibido en 1976. Incluso Bloom, que sitúa a Bellow en lo mejor del siglo XX, decía seguir esperando la que tenía que ser la mejor novela de Bellow y que lógicamente quedo por escribir y publicar.
Esto no desmerece las virtudes de una novela como Augie March, ni mucho menos. Primero porque cuesta menoscabar alguna de las novelas de Bellow, alguien que por el conjunto de su obra merece de sobras figurar en la lista de los diez mejores escritores del siglo XX. Un poco de Bellow es muchísimo del resto.
También se da el consenso en situar Augie March en el trio de obras maestras que encabeza su bibliografía, junto a la citada ‘El legado Von Humboldt’ y ‘Herzog’, publicada entre ambas. Lo notorio de Augie March es que resulta la primera en llegar, la que cambia su forma de escribir (la suya y la de los muchos que seguirán el camino) y que aun así, tiene poco que ver con el Bellow maduro de Herzog, Citrine y demás intelectuales judíos divorciados que protagonizaran el resto de sus novelas.
Augie March es una novela enorme, desmedida. No tanto por tamaño, sobre las seiscientas páginas, sino porque la cantidad de información desborda ampliamente el tamaño de un foco realmente minúsculo. Las aventuras de Augie, el protagonista, un chaval judío del Chicago de los años veinte, se reducen a los diferentes trabajos y parejas en las que irá saltando y la relación con su familia y amigos, especialmente con su hermano mayor Simon, que actúa de contrapunto personal del protagonista. Y ni esto resulta especialmente original o sorprendente. Augie acumula trabajos malos o peores, de donde sale invariablemente tan o más pobre de como entró. Con las mujeres tiene buen inicio, se le supone resultón, pero también escoge mal, o se enamora de quien no debe, o su pareja acaba resultando una neurótica insoportable.
Las aventuras, su vida, que en la novela le llevaran hasta entrados los años cuarenta, se pueden resumir como un listado interminable de fracasos. Y en ello tiene bastante culpa el propio Augie. Por una parte, Augie, como la mayoría de los protagonistas masculinos de Bellow, oscila entre la ingenuidad y la tontería. Le cuesta desprenderse del lirio aun en situaciones y personas en las que todo apunta al desastre. Por otra, tiene un código moral estricto, que le lleva a rechazar propuestas que le blindan el futuro para dejarse caer en otras que le abren un precipicio bajo sus pies. Una de las pocas constantes de la novela es la rara capacidad de su protagonista para siempre escoger alguna de las peores opciones que se le presentan.
Estos ‘golpes que le da la vida’, unidos al carácter fundamental de Augie March como Bildungsroman, han llevado a calificarla de novela picaresca, cuando la verdad es que a Augie le falta mala leche y le sobra ingenuidad para protagonizar una novela de dicho género.
Pese a todo, Augie no puede evitar caernos bien. Bellow es un maestro de la distracción, y aunque ponga a sus protagonistas en lo más alto de la novela (desde el título) juega varias manos a la vez, con lo que aquel que espere un héroe o antihéroe al uso, quedara decepcionado (como Bloom, que prefería a los secundarios), al igual que el que lea la novela en clave histórica. La intención de Bellow es pintar una obra mucho mayor a partir de mil detalles. A Augie no le pasa nada mucho más allá de lo que nos pasa al resto de los mortales; familia, trabajo y parejas. Es solo a partir de la mano maestra de un escritor que aquí empieza a demostrar el genio en el trazo y especialmente en el verbo, a través del cual, proyecta un enorme caudal de conocimiento acumulado, el principal de ellos su tradición judío-americana. Hasta tal nivel, que a partir de Augie March, el propio Bellow se parodiará a sí mismo como un ejemplar prototípico de lo que espera la cultura americana del siglo XX para un intelectual como él, caricaturizado en sus siguientes protagonistas, como el Moses Herzog de ‘Herzog’.
Esta nueva tradición que Bellow está fundando con Augie March, y que seguirán y siguen tantos otros escritores americanos, aunque poquísimos del nivel de Bellow, Torné la achaca (1) a una continuación ‘a la americana’ de la tradición de gran novela rusa del diecinueve, y es cierto que hay mucho de Dostoievski en las novelas que seguirán a Augie March, no tanto en esta, que sería más Gogol. Por eso, por única, es por lo que merece seguir leyendo Augie March.
Pese a la traducción. El propio Torné señala que la novela ‘…apenas puede leerse en castellano, enmascarada por su peculiar traducción’, y en efecto el lector que no pueda o quiera recurrir a la versión original tendrá que hacer un acto de fe. Frecuentemente nos acompañará la idea a lo largo de la lectura de no saber si el autor se empeñó en escribir algo innecesariamente retorcido o los traductores al castellano quisieron demostrar que los genios eran ellos y no Bellow. A Augie no le pegan, le aporrean, no toma una taza sino una jícara y sus problemas no son difíciles, sino ríspidos. Frases enteras resultan tan forzadas como ‘Con frecuencia sentía la gente que el mundo me debía miramiento, por aquel entonces’ o ‘Pero en este juego no pensaba jugar yo de intermediario’ que me llevan a pensar a alguien del norte de Europa que para aprender a hablar en castellano ha memorizado el diccionario.
Que la novela sobreviva a tamaña prueba solo habla bien de ella, a la vez que confirma lo que Ricard San Vicente decía sobre las novelas rusas del diecinueve; son tan buenas que ni una mala traducción consigue empeorarlas.
1: Gonzalo Torné, ‘Tres maestros: Bellow, Naipul, Marías.’, Barcelona, 2012, Debate
Saul Bellow, ‘Las aventuras de Augie March‘ Barcelona, 2016, Debolsillo